- by diosytuadmin
Ciclo B – Domingo VI Pascua
Juan 15, 9-17
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como Yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá. Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros.
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«He pensado alguna vez, que quizá una persona que esté enamorada vea a la otra tal como Dios la ve, es decir, la ve del mejor modo posible». Esta frase de Jorge Luis Borges, nos deja el pensamiento en suspenso. Al menos a mí me pasa eso, porque parece una reflexión que dice una verdad absoluta, aunque luego se pueda disentir. Y cito a Borges porque, sin querer, creo que da en el clavo, en el centro del mensaje del Evangelio.
Hoy Jesús hace más que una declaración de intenciones. Dice mucho más que unas simple recomendaciones. Expresa su mayor deseo, ofrece su mejor legado, que es el mismo amor con que nos ama. Y es lo que nos pide que vivamos, para que podamos gozar del mismo modo que él lo hace. Y no habla de teorías, o ideales, sino que él encarna lo que pide y ofrece.
Hablar del amor puede parecernos fácil, porque rápidamente lo comparamos con expresiones del mismo. Algunas veces lo llamamos caridad, otras deseo, también lo confundimos con algunos instintos, o lo acotamos al amor de una madre, o lo asociamos a la experiencia vital de los amantes. Y en todos los casos, podríamos decir, se está en lo cierto, aunque estos aspectos parciales no abarcan todo lo que es y significa el amor.
Y para entender su dimensión más clara y profunda, creo que nos conviene tener presente la expresión que Juan, el evangelista, utiliza para decirnos qué tipo de amor es al que Jesús se refiere. Y la palabra mencionada en el texto en griego es «Ágape». Que se caracteriza, especialmente, por ser un amor que no posee ningún interés propio. Aquél que experimenta el ágape actúa y es, por completo, para el amado, aunque eso le lleve la vida entera. Es el don completo de sí mismo a otro ser. Y ese es el amor de Jesús, porque se dona por completo, incluso hasta entregar la vida misma. Y así es como ama Dios, a lo cual debemos llegar nosotros, según el deseo y la intención del mismo Cristo. Es el modo de alcanzar la felicidad plena. Pero ¿cómo se hace?
No estoy seguro, pero llegar a aquél grado de profundidad en el amor supone un camino que se recorre desde el egoísmo personal, en su estado más puro, hasta llegar a un amor donativo. Y en el medio se pasa, seguramente, por varias etapas. Algunas veces nos conformamos pensando que somos capaces de amar, hasta el infinito, a algunas personas, como a nuestros padres, pero después nos damos cuenta que fallamos en más de una ocasión. Eso también nos puede pasar con los hermanos, los de sangre, a los que dejamos de amar del todo, por ejemplo, cuando algún interés económico se nos cruza en el camino. También, contraer matrimonio puede tener ecos de eternidad, y ciertamente para muchos es así, aunque a otros les pasa que ese amor infinito prometido se acaba y se buscan nuevos horizontes. Algo similar le puede pasar a alguien que consagra su vida a Dios. Y así vamos ensayando distintas formas y tipos de amor. Todos muy respetables y válidos, pero que la sumatoria de los mismos no da como resultado el que Jesús desea para nosotros, el ágape.
El ágape tiene que ver más con un camino interior. Ahí es donde se comienza a descubrir quién es Dios y quiénes somos cada uno de nosotros. Y empezamos a darnos cuenta de que somos limitados, pero que aún así Dios nos sigue amando, porque ese amor no está condicionado a una perfección del ser humano, libre de cualquier mancha o error. Y si alguien, en este caso Dios, es capaz de amarnos así, empezamos a pensar que nosotros también deberíamos hacer lo mismo. Empezamos a entender el ágape del que Jesús nos habla. Y probamos, e intentamos amar como Cristo ama, no sólo al Padre Dios, sino al que tenemos a nuestro lado. Y si acertamos, si de verdad amamos, descubrimos que ese amor se expande y crece.
Esto es posible y muchas personas llegan a esa profundidad de amor. Y un viso del ágape, tal vez lo encontremos en la forma que describe Borges el enamoramiento: ”He pensado alguna vez, que quizá una persona que esté enamorada vea a la otra tal como Dios la ve, es decir, la ve del mejor modo posible”. Y probablemente, a mi entender, ese es el camino para llegar a lo que Jesús nos pide, empezando a ver a los demás, incluso a los que no son de nuestra preferencia, del mejor modo posible. Aquí podrían entrar hasta los enemigos, cosa bastante difícil para todos. Sabiendo que, como le pasa al enamorado, el otro no necesita ser perfecto y no precisa ganar méritos para hacerse acreedor del amor. Porque así nos ama Dios, por completo, incluso aunque nos parezca que nuestros actos no nos hacen dignos de semejante amor.
Este no es camino fácil, aunque sí creo que alcanzable si realmente lo deseamos y trabajamos por ello, más aún con la Gracia de Dios a nuestro favor. Entonces, ¿por dónde empezar o qué tener en cuenta? Tal vez la respuesta y la única preocupación la encontremos en palabras de Santa Teresa: «No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho».