Vives o mueres

Vives o mueres (color)

Ciclo B – Dom VII de Pascua – Ascensión del Señor

Marcos 16, 15-20
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán». Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
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Muere lentamente quien se
transforma en esclavo de los hábitos
quien no se arriesga,
quien evita una pasión,
quien no arriesga lo cierto,
Por lo incierto…
quien abandona antes de empezar,
quien se queja de su mala suerte,
quien no viaja, ni lee, quien no sueña,
quién no confía, quien no lo intenta
quien no ama (…)
Lo contrario es estar vivo.

Este, más que un fragmento, es un entresacado del poema titulado «Muere lentamente», de Martha Medeiros, brasileña, y no de Pablo Neruda como dicen muchos, especialmente en internet. Ciertamente la elección de los versos, para mi gusto, está muy bien hecha y nos puede ayudar, a mirar nuestra vida y la de Dios a la luz del Evangelio.

Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor y tenemos toda la escena que nos relata Marcos acerca de cómo Jesús se fue al cielo, dejando a los apóstoles que, de ahí en más, se lanzan a predicar y a hacer muchos prodigios en el nombre de Jesús. Se hizo realidad lo que el mismo Cristo, según la escritura, les anunció que podrían hacer. ¿Pero todo quedó allí? ¿Qué tan cerca, o lejos, nos queda este pasaje bíblico?

Ciertamente, el tema de la Ascensión, aunque conozcamos bien lo que dice la Palabra de Dios, puede quedarnos algo lejano. Puede parecernos un recuerdo de cómo sucedieron las cosas y poco más. Esto porque estamos hablando de cuestiones que parecen estar más cerca de lo divino que de lo humano. Y por lo tanto podemos quedarnos como los discípulos, según nos cuenta la primera lectura de hoy: Mirando al cielo. Pero lo cierto es que toda esta fiesta debería volverse muy real para nosotros. Especialmente porque hoy también podemos vivir esta Ascensión. Es verdad que no nos pasa lo mismo que a aquellos hombres que, según el Evangelio, vieron cómo Jesús subía al cielo envuelto en una nube, pero sí nos puede suceder todo lo demás.

Milagros y prodigios, según el mandato de Jesús, tal vez no sea lo más común en nosotros, pero sí podemos predicar lo que hemos aprendido de Dios, aunque debo agregar que, en este caso, no nos referimos solamente a lo asimilado intelectualmente, sino a transmitir lo que experimentamos del Señor y su amor. Siendo, esta última, la enseñanza que más convence, la que más transforma y la que, incluso, llega a hacer milagros.

Pensar en cómo predicar el Evangelio tiene que tener, a mi entender, una dosis de locura, de aventura, de ilusión e incluso de riesgo. Por si acaso, tenemos que recordar que seguir a Cristo no se reduce a unas enseñanzas teóricas, o a saber comportarnos de un modo irreprochable o correcto, sino que, sobre todo, implica dar un salto al vacío. Y con esto quiero decir que no es para teóricos de la divinidad o expertos catedráticos que sólo hablan de lo que han estudiado acerca del amor, sin casi haberlo vivido. Esto es para aquellos que son capaces de enfrentar y arrojar demonios, hablar nuevas lenguas, tomar las serpientes con las manos y hasta beber venenos mortales, con tal de que el amor de Dios sea por todos conocido.

Y esos serán los signos, no literales, que hay que llegar a cumplir y que sólo lograremos alcanzar si de verdad hemos experimentado y entendido, en el corazón, lo que significa la Ascensión. Y esto quiere decir que hemos descubierto en nosotros la misma vida de Jesús Resucitado, que hace posible esa unión entre la humanidad y la divinidad. Jesús es el punto de confluencia entre lo que somos y lo que es Dios. Y asimilaremos esta realidad cuando descubramos a Cristo vivo dentro de nosotros mismos, el cual nos hace capaces de todo aquello que nos parece imposible, como llegar a perdonar a aquél que nos hizo daño, que a veces es casi como beber veneno sin que nos mate. Y todo esto porque entendemos que Dios todo lo puede, porque su amor hace milagros.

Antes recordábamos aquellos versos de Martha Medeiros que parecen plantearnos una vida aburrida, demasiado prudente, sosa, sin riesgos, todo medido y casi en lecho de muerte. Y lo tenemos en cuenta para entender que, vivir de ese modo nos lleva a un lugar lejos de un verdadero seguidor de Cristo. Y nos pone muy distantes de todo lo que podamos entender y saber de la Ascensión. Porque llegar a vivir de ese modo evidencia que no hemos comprendido lo que significa anunciar, padecer, morir, resucitar y ascender.

En cambio, vivir lo contrario es estar vivos, es ser capaces de arriesgar y entregar todo con tal de amar como Dios ama, lo cual nos habilita para ascender al cielo aunque no hayamos muerto físicamente. E incluso nos vemos capacitado para llegar a decir versos como los de Santa Teresa, que son tan profundos y ciertos como contradictorios, y que dicen: Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero/ que muero porque no muero./ Aquesta divina unión/ del amor con quien yo vivo,/hace a Dios ser mi cautivo/ y libre mi corazón;/ mas causa en mí tal pasión/ ver a mi Dios prisionero,/ que muero porque no muero.

Aquellos lo entendieron, por eso dieron un salto al vacío y se lanzaron a anunciar lo que habían vivido y descubierto de Dios. ¿Y nosotros? ¿Qué esperamos para hacer milagros? ¿Qué nos detiene? ¿La prudencia? ¿Es así como Jesús quiere vernos, casi dormidos, casi muertos?

Tal vez el lugar por dónde empezar sea descubriendo a Dios vivo en el corazón.

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