- by diosytuadmin
Ciclo B – Domingo XV Tiempo Ordinario
Marcos 6, 7-13
Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
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En un artículo para el diario La Nación, titulado “Una fuga hacia la imaginación para escapar de la muerte”, Mario Vargas Llosa, al hablar de Giovanni Boccaccio autor del “Decamerón”, nos dice que este autor italiano del siglo XIV, sin la experiencia terrible de la peste negra que azotó Florencia, no hubiera escrito aquella obra maestra y «probablemente hubiera seguido siendo, como hasta entonces, un escritor intelectual y de elite, que prefería el latín a la lengua vernácula y estaba más preocupado por disquisiciones teológicas, clásicas y eruditas que por una genuina creación literaria al alcance del gran público. La experiencia de la peste bubónica hizo de él otro hombre […] En cierto sentido, la peste -la cercanía de una muerte atroz- lo humanizó, acercándolo a la vida de las gentes comunes, de las que hasta entonces […] había tenido noticia más bien distante».
Ahora bien, este análisis literario e histórico de Boccaccio puede quedar muy lejos del Evangelio de este domingo, pero creo que pensar en aquella experiencia del autor italiano, nos puede hacer reflexionar, desde otro lugar, la Palabra de Dios.
Tenemos a Jesús que envía a sus discípulos a llevar su mensaje, dándoles muchas recomendaciones, la gran mayoría, podríamos decir, de orden práctico. Tal vez en un afán de aligerar el viaje que tenían que hacer, o a lo mejor para quitarle algunas distracciones, pero especialmente, al enviarlos, los inviste con poder sobre los espíritus impuros. Y aquellos hombres hicieron más que bien la misión que les fue encomendada.
Hace poco leí que una distinción que había entre las personas del tiempo de Jesús, se daba en la vestimenta. Los ricos, o gente importante, normalmente llevaba puesta dos túnicas, y precisamente Cristo quiere que sus discípulos sólo lleven una. Ni siquiera quiere que se preocupen del pan o el calzado, ni dónde van a dormir. Es decir, los envía con lo mínimo e indispensable. Les encarga más que una simple tarea, y sin embargo los “beneficios materiales” son casi nulos. Hoy podríamos pensar en un viaje de trabajo. Cosa que, en más de una ocasión, no se hace si no hay viáticos de por medio.
Y por supuesto que hoy los viáticos son importantes, pero podríamos pensar en el convencimiento que tenían los apóstoles acerca mensaje de Jesús, y no les importaba otros “menesteres”. Y en esto podríamos situarnos nosotros, a ver cuánto somos capaces de arriesgar con tal de dar a conocer lo que creemos de Dios.
Aquí podríamos hablar de las vocaciones religiosas o sacerdotales, que escasean cada vez más. ¿Acaso se estarán exigiendo, tal vez de un modo inconsciente, muchos seguros o “viáticos” para entonces hacer el trabajo de anunciar a Dios? O a lo mejor lo que pasa es que cuesta dejar la túnica extra, las sandalias de repuesto o una casa cómoda y limpia, para ir a llevar el mensaje de Jesús. Será por eso que se llama vocación, porque sin vocación difícilmente se puede hacer. Pero no quiero suscribirlo solamente a una vocación de consagración a Dios, sino ampliar los horizontes, porque el mensaje de Jesús siempre es universal, y somos los cristianos los que debemos preguntarnos si somos capaces de dejar lo que nos ata, con tal de acercar a Dios a las personas.
Vargas Llosa nos contaba cómo Giovanni Boccaccio da un cambio en su vida a raíz de la atrocidad de la peste negra, sufrida por los habitantes de Florencia. Aquél italiano palpa la realidad de la gente y deja de vivir sólo en el mundo de las disquisiciones eruditas, para saber del dolor de sus conciudadanos. Y nosotros también deberíamos pensar en el cambio que le hace falta a nuestras vidas, con tal de seguir a Jesús. Para lo cual hace falta una gran humanidad. Y para ello será necesario experimentar, tal vez, la realidad del dolor, del desapego o de la entrega. Y me parece que esa experiencia, para el cambio, se puede generar a partir de las recomendaciones de Jesús a sus discípulos.
Tal vez, lo que Cristo les está diciendo a los suyos es que hagan la experiencia de acercarse y sentirse uno con los que más necesitan, con aquellos que sólo pueden vestir con una túnica y nada más. Que sientan la precariedad del que está urgido por el dolor, por la escasez, por la soledad, por el abandono o por la indigencia. Y es lo mismo que nos sigue diciendo a cada uno de nosotros: Que el mensaje hay que llevárselo a aquellos que tienen necesidad de Dios y que esperan, con un corazón abierto, que su Palabra los cure, los libere o les devuelva la dignidad. Pero eso no será posible hasta tanto no seamos capaces de desprendernos del exceso de equipaje, para acercarnos y hacernos iguales.
Debemos mirar y ver si acaso estamos demasiado cómodos, cumpliendo con los ritos católicos, tal vez envueltos en disquisiciones teológicas, pero despreocupados de muchos que siguen sintiendo hambre de Dios.
Debemos acercarnos a la realidad de los que necesitan ser curados y liberados. Para esto también somos hijos de Dios y enviados de Jesucristo.