Ciclo B – Domingo XXV Tiempo Ordinario
Marcos 9, 30-37
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino? » Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en ni Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe no es a mí al que recibe sino a Aquél que me ha enviado».
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—¿Sigue preguntándose cada mañana frente al espejo quién es y cuál es su lugar en el mundo?
—Nunca en mi vida he hecho frente al espejo algo distinto a lo que hacen las demás personas. Nunca me he preguntado quién soy, porque siempre lo he sabido: Soy el hijo del telegrafista de Aracataca.
Así respondió Gabriel García Márquez ante la pregunta de Boris Muñoz, periodista venezolano, en un reportaje de Página/12 en 1997. Y por supuesto que en aquella época no leía ese diario (ahora tampoco), pero a mí me llegó la entrevista como diez años después, por el poder de resurrección de textos pasados que tiene internet. Y creo que esto nos puede ayudar a reflexionar acerca del Evangelio de hoy
Jesús y sus discípulos en una conversación de sordos (con perdón de todos los que tienen problemas de audición), pero tengo la impresión de que Cristo les está contando y enseñando lo más importante de su misión y “lugar en el mundo” y aquellos hombres siguen hablando de lo que parece que más les preocupa e interesa: Quién es el más grande entre ellos. Por eso el Hijo de Dios se sienta y vuelve a enseñarles lo más importante.
Primero vemos que Jesús les está diciendo que él va a sufrir, morir y resucitar, pero los discípulos, en palabras de Marcos, no entendían y temían hacerle preguntas, o tal vez no querían hablar del tema. Y a nosotros creo que nos hubiera pasado algo parecido, porque lo que no nos conviene lo preferimos lejos, lo esquivamos o nos hacemos los distraídos. Lo que Cristo decía no le convenía a nadie, porque se acabaría lo magnífico de las proezas del Mesías. Sin embargo Jesús sabe el camino que tiene que recorrer, pese a la incomprensión de los suyos.
Y esto me hace pensar si a nosotros también nos gustan “las glorias”. En eso, creo no equivocarme, todos gozamos, porque poder triunfar en algo y ser reconocido, es un dulce que gusta a la mayoría de las personas. Y es lógico que sea así, porque también eso nos da felicidad, y todos queremos ser felices. Y esta es la preocupación que tienen los apóstoles, porque si se termina Jesús, se terminan las posibilidades para todos ellos. Hoy miramos todo esto desde otra perspectiva, con otros ojos, pero en aquél momento, para un hombre común de la época, verse a la par de alguien que cura enfermos y tiene un mensaje transformador, no era poca cosa, sino más bien una gran oportunidad. Pensemos un momento cómo hubiéramos actuado nosotros. ¿Acaso no nos sentiríamos muy importantes si fuéramos del grupo de elegidos de Jesús?
Pero Jesús, más allá de llamarles la atención, o de enojarse con sus discípulos, lo que hace es sentarse a hablar con ellos otra vez. Con la intención de reconducir lo que a aquellos hombres les preocupaba: «Quién era el más grande». Entonces Cristo les dice aquella frase contradictoria: «El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos», y aquí está la clave para ellos, y para nosotros, seguidores de Cristo. No les pregunta acerca qué va a suceder en Jerusalén, o cuántos días van a pasar hasta que el Hijo del hombre resucite, sino que se ocupa en aclara que el que quiera ser el primero se debe hacer el servidor de todos.
Antes le contaba acerca de lo que Gabriel García Márquez respondió: «Nunca me he preguntado quién soy, porque siempre lo he sabido: Soy el hijo del telegrafista de Aracataca». Y si bien no sé con exactitud cuál era la intención de esta respuesta, sí me atrevo a sacar una conclusión: Sabía de donde venía, no olvidaba su origen y, a pesar de tener con qué creerse muy importante, sin embargo parece mantenerse con los pies sobre la tierra. Y, teniendo en cuenta esto, creo que el Evangelio de hoy nos está dando la clave de qué es lo importante. Es como saber de donde venimos y para qué estamos. Aunque creo que todavía no lo aprendemos por completo. Y digo esto porque las respuestas son muy variadas, cuando nos preguntamos: ¿Somos los servidores de todos?
Aquí la cuestión es clara y directa: Ser cristiano, ser hijo de Dios, es ser servidor de todos. Y esto no podemos perderlo de vista. Diría que es vital, no son sólo palabras bonitas de Jesús, sino que es el pase para entrar al cielo. No hay otra manera. Ya podemos hablar de lo grandioso que es Dios, de que es Todopoderoso y de que hace milagros, pero nada de eso nos va a valer si no servimos a los demás. No hay novena ni rezo que nos salve, sólo el amor que entreguemos a las personas cuando nos ponemos a su servicio. Y no pensemos entonces que no hay que rezar ni hacer un acto piadoso, porque esto está bien y nos hace muy bien, pero las oraciones que hacemos deben ser el combustible para poder servir desde el amor.
Tal vez a aquellos hombres les pasaba lo que nos pasa a nosotros, o al menos a mí, que cuando nos preguntamos si somos servidores de todos, no sólo nos cuestiona, sino que nos sentimos incómodos, porque queda en evidencia que todavía nos falta para llegar a dar una respuesta definitiva, o un sí rotundo y verdadero. Y esto, no porque no amemos a Dios, o no aceptemos su mensaje, sino porque en ocasiones nos toca reconocer que, realmente, no somos servidores de todos, sino de algunos, de unos pocos, o de los que nosotros elegimos, cuando no elegimos que nos sirvan. Y esto dice mucho de lo que somos como cristianos. Y probablemente nos pasa porque priorizamos otras cosas que creemos que son más importantes, cuestiones que también pueden ser buenas, pero que tal vez están lejos de lo que hoy nos pide Jesús.
Ser los primeros, claro que sí, pero los primero en servir y amar al que tenemos a nuestro lado.