Ciclo C – Domingo IV Adviento
Lucas 1, 39-45
Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
__________
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
Este es un fragmento de un poema de Francisco Luis Bernárdez, titulado “Estar enamorado”. Bernárdez es un poeta argentino, fallecido en 1978. Y si bien hablar del amor y el enamoramiento, que aparecen casi sin que uno se dé cuenta, no es el objetivo de este evangelio, sí creo que nos puede ayudar en la reflexión de lo que Lucas nos cuenta.
Tenemos la visita de María a su prima Isabel, la cual reconoce, desde su seno, que está delante de la que va a ser la Madre de Dios. Así lo declara ella cuando vemos que dice: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre». Es el encuentro de dos grandes mujeres que también forman parte de la vida de Jesús. Y, si me permiten la expresión, el primer dialogo que se da entre ellas es de vientre a vientre. Desde su seno, Isabel se da cuenta de que en María se está gestando al mismo Dios.
Jesús, desde el vientre, le da una nueva vida a María. No sólo por la maternidad en sí, sino por lo que significa la vida de ella a partir de llevar a Dios en su seno. Esta imagen también puede valer para nosotros y, tal vez, hacernos cambiar la mirada acerca de cómo actúa el Señor en nuestras vidas. Es que, en general, esperamos que los cambios, especialmente aquellos que tienen que ver con los que queremos que vengan de Dios, vengan de algún lado, desde el cielo, y nos transformen. Tal vez deberíamos decir como por arte de magia; Dios con un pase de manos debería volvernos más pacientes, o más humildes, más honestos o menos mentirosos. Sin embargo, al igual que a María, los cambios tienen que venir de dentro de nosotros mismos. No porque seamos los que, autónomamente, debemos generar lo bueno que deseamos, sino porque es Dios que desde dentro nos transforma. Y es que así actúa Dios. No en vano decía san Agustín: Yo por fuera te buscaba y tú estabas dentro de mí.
Antes citaba aquellos versos de Francisco Luis Bernárdez, especialmente porque nos lleva el pensamiento, o el recuerdo, al momento en que nos descubrimos enamorados. Estar enamorados es caer en la cuenta, de repente, de la experiencia de amor que podemos tener. No sabemos cómo, pero llegamos vivir, tal vez, lo que describen aquellos versos. A partir de ese momento ya no somos los mismos, sentimos que la vida nos ha cambiado. Y lo mismo pasa con Dios cuando lo descubrimos dentro de nosotros. Ya nos somos los mismos y, a partir de ahí, empezamos a gestar a Dios, para luego dar a luz el amor.
Aunque, para que suceda todo esto bueno en nuestras vidas, para que Dios viva en nosotros, primero hará falta que permitamos que Jesús entre en nuestra existencia. Es decir, el sí de María a la propuesta de Dios, también tiene que ser pronunciado por cada uno de nosotros. Así, sin saber cómo, también engendraremos al Hijo de Dios. Y esto no lo decimos porque queramos “sustituir” a María, sino porque estaremos convencidos de que también el Señor puede obrar maravillas en nuestras vidas y luego, desde dentro de nosotros mismos, salir a la luz para transformar el mundo.
Compartamos al maternidad de María, alegrémonos como la misma Isabel y reconozcamos a Dios que viene nuestro encuentro. Y que el amor, que ya está cerca, nos transforme para dar a conocer lo que el mismo Dios hace en cada uno de nosotros.
Gracias. Padre Eduardo.
Excelente su homilía como siempre.
Feliz Navidad.
Alba de la Parroquia Santa María de Argentina
Muchas gracias a vos!
¡Que Dios te bendiga! ¡Feliz Navidad!
¡¡Bendiciones para la parroquia, con mucho cariño!!
Gracias. Padre Eduardo.
Excelente su homilía como siempre.
Feliz Navidad.
Alba de la Parroquia Santa María de Argentina
Muchas gracias a vos!
¡Que Dios te bendiga! ¡Feliz Navidad!
¡¡Bendiciones para la parroquia, con mucho cariño!!