Ciclo C – Domingo de Pentecostés
Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes! » Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
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“Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego”.
Este es un fragmento de lo que Eduardo Galeano escribió con motivo de recibir el Premio Stig Dagerman, premio que se da para galardonar a aquellos escritores que se significan por reconocer, en sus obras, la importancia de la libertad de la palabra. Y si bien podríamos decir que aquél pensamiento está “sacado de contexto”, creo que nos puede ayudar a pensar en Pentecostés.
Esta gran fiesta de la Iglesia nos donde delante de aquél momento en el que los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, prometido por Jesús. Espíritu que fue artífice en la propagación de la fe. De hecho, bien podemos afirmar que a partir de aquél momento, aquellos hombres pasaron de estar encerrados y con miedo, a abrir puertas y ventanas y envalentonados los suficiente como para llegar a entregar la vida, con tal de anunciar el mensaje de Cristo. Y por supuesto que todo aquello no fue la explosión de un momento, sino que perduró a lo largo de la historia de la salvación, que también es nuestra historia. Hoy sigue el mismo Espíritu, soplando y transformándonos, si así lo queremos.
Podemos hablar de los donde del Espíritu, don de Sabiduría (que nos ayuda a comprender mejor quién es Dios y su manera de ver las cosas), don de Inteligencia (que nos hace entender la Palabra de Dios y las verdades de la fe), don de Consejo (que nos ilumina el camino y las decisiones que debemos tomar), don de Fortaleza (que nos alienta a superar las dificultades), don de Ciencia (que nos ayuda a juzgar con rectitud), don de Piedad (que alimenta nuestra confianza con Dios) y don de Temor de Dios (que nos induce a dejar todo aquello que nos aleja del Señor, con tal de no perderlo). Y con todo esto pensar que es suficiente. Y seguramente lo es, pero aún creo que queda algo en el tintero.
Espíritu Santo, Pentecostés, es siempre sinónimo de cambio, de libertad, de fuerza, de esperanza, de luz, de calor, de ser o estar inspirados, de seguir la corriente. Y esto último no como un modo pasivo o cómodo de ser cristianos, sino como un estilo de vida. Porque nos predisponemos a la acción de Dios en nosotros y somos capaces de seguir las mociones o inspiraciones de Dios a través de su Santo Espíritu. Aunque a veces casi no lo entendamos.
Tal vez por eso les traigo la frase de Galeano, porque creo que en un día como hoy debemos pedirle a Dios el ser capaces de seguir caminando los caminos del “viento”, del Espíritu, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros. Porque si somos capaces de mantenernos en esa corriente, entonces seremos capaces de la acción de Dios en nosotros y nos volveremos canal para que otros también encuentren al Señor. No seremos obstáculo, sino facilitadores. Y ahí está el desafío, en querer, en desear, en pedir, en estar dispuestos a que el Espíritu Santo nos lleve por los caminos que no imaginamos, pero que seguro que son más de Dios que de nosotros y nuestro ego.
Que este Pentecostés sea redescubrir en nosotros la fuerza de Dios que nos hace salir y anunciar, aunque eso nos lleve la vida.