Apalabrados

Ser fieles a la Palabra

Juan 14, 23-29
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
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Al leer el evangelio de hoy, me quedé pensando acerca del lenguaje y su evolución. Incluso en la distinción entre una lengua muerta y otra viva. Y si pensamos en nuestro idioma, como muchos otros, a medida que pasa el tiempo va evolucionando, cambiando, adaptándose al momento histórico que viven los que lo hablan. De hecho si leemos el castellano antiguo, vemos que no es el mismo que utilizamos ahora. Y la palabra, que es la capacidad de expresar el pensamiento por medio del lenguaje articulado, es el canal de comunicación. No pretendo una clase de filología, pero sí que tengamos presente el lenguaje, la palabra, su vida y evolución.

Seguimos con las crónicas de la última cena de Jesús. Evidentemente la charla fue amena y larga, aunque pareciera que el monólogo del Nazareno fue extenso. Era necesario dejar claro lo fundamental. Y en este caso Cristo se refiere al amor y fidelidad a la palabra que él ha pronunciado y enseñado. Y para que no se inquieten los discípulos les dice que el Espíritu Santo, cuando él mismo ya no esté, será quien les enseñe y recuerde lo que escucharon de su boca. No hacía falta anotar o grabar los discursos, sólo amar a Jesús, para saber lo que él quiere de nosotros.

Al mismo tiempo, sabemos que siempre hubo, y seguirá habiendo, mediaciones. Son necesarias para tomar contacto con Dios, por ejemplo. Son signos o símbolos que nos abren a una relación interpersonal con el Señor. Ya en tiempos de Jesús, los judíos se valían de ellas para hacer viva la presencia de Yahvé. Tenían el templo, y antes de eso estaba la tienda con la columna de nube donde entraba Moisés y tenía revelaciones de parte de Dios. También utilizaban los sacrificios de animales como forma de expiar pecados y agradar al Señor. Todo mediaba entre Dios y los hombres. Y esto tiene tal peso que, según vemos en la primera lectura de este fin de semana, surge un problema entre los nuevos seguidores de Cristo. A Pablo y Bernabé los tenemos discutiendo acerca de si hay, o no, que circuncidarse, como forma de señalar quién es de Dios.

En nuestro caso también tenemos diferentes modos, formas y acciones que nos facilitan el contacto con la divinidad. Podríamos pensar en los templos, las imágenes, los santos, la misa, y más medios que nos valen para sabernos en presencia de Dios. Son canales, mediaciones, para tener contacto con Dios.

Hoy Jesús nos habla de su palabra y de ser fieles a ella por amor a él. Y, a mi entender, ésta es mucho más que unas normas, preceptos y mandatos dados por Dios. Es símbolo de un lenguaje vivo, no estático, que evoluciona y puede encarnarse en cada uno de nosotros. Esto no lo podemos perder de vista. Máxime cuando queremos una Iglesia renovada, actualizada, nueva en formas y tiempos.

Nuestros símbolos, nuestros templos por ejemplo, nos tienen que servir para encontrar a Dios, pero no dejan de ser estáticos. El mismo adjetivo podemos poner a otros ritos que hacen a nuestra forma de culto. Y con esto no los tildamos de malos u obsoletos. Son, seguramente, válidos y útiles a la hora de conectarnos con Dios. No abogo en contra de ellos, pero no podemos perder de vista la propuesta de Cristo: Ser fieles a su palabra. La cual es signo de vida, actualización y movimiento.

Vivir fieles a la Palabra nos supondrá vivir desde el Espíritu prometido por Jesús. Aquél es quien posibilita salir de lo estático. Él es quien nos recordará lo esencial, lo que Jesús enseñó y lo que quiere de nosotros. Es nuestra única posibilidad de hacer las cosas siempre nuevas, desde Dios. Y de esta forma, desde la Palabra, el Espíritu Santo, seremos capaces de dar respuestas a los cuestionamientos y problemas del hombre de hoy. Así como lo hizo Jesús en su tiempo con los suyos.

Hay que tener cuidado y no creer que amar a Dios es sólo acudir al templo y cumplir con ciertas normas y prácticas religiosas. Eso es estático. Amarlo es hacernos uno con el Espíritu, el cual, al recordarnos la Palabra, nos vuelve lengua viva capaz de curar, sanar y crear en el nombre de Jesucristo. Así hacemos de nuestra realidad una vida, un mundo, una sociedad siempre nueva. De Dios.

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