Los Miserables

Cristo, cuerpo y sangre, nos sacan de la miseria...
Cristo, cuerpo y sangre, nos sacan de la miseria…

Lucas 9, 11b-17
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto». Él les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas». y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
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El humano sometido a la necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos, y al infortunio para todos los que transitan por este camino.

Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para ellos todo está perdido. La luz del día se funde con la sombra y la oscuridad entra en sus corazones; y en medio de esta oscuridad el hombre se aprovecha de la debilidad de las mujeres y los niños y los fuerza a la ignominia. Luego de esto cabe todo el horror. La desesperación encerrada entre unas endebles paredes da cabida al vicio y al crimen…

Parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos; pero es muy raro que aquellos que hayan llegado tan bajo no hayan sido degradados en el proceso, además, llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico.

Ellos son «Los Miserables», los parias, los desamparados.      (Victor Hugo, Los Miserables)

Después de este fragmento de Victor Hugo, autor de «Los Miserables», se pueden abrir muchos cuestionamientos. Personalmente traigo a colación este texto para ambientarnos en una situación concreta: La de los que están necesitados, los que son «miserables». Y si bien no vamos a hablar del porqué de este estado de algunas personas, ni vamos a entrar en políticas disquisiciones, sí creo que, desde la visión del cristiano y ante tamaño acontecimiento como es el Corpus Christi, todos somos miserables, necesitados, y ahí es donde el Corpus tiene una fuerza inconmensurable.

Jesús está conmovido ante la multitud que lo sigue. Más de cinco mil personas que lo escuchan y van a donde él se dirija. Los apóstoles quieren despachar a la gente, pero el Hijo de Dios dice que no. Les da una orden, un mandato: Denles ustedes de comer. Así, el Mesías, no se desentiende de la situación, sino que se hace cargo. Ocurre el milagro de la multiplicación de los peces y los panes y la multitud reafirma su convicción de que con Cristo están salvados.

Es verdad que lo primero que tenemos en mente es el milagro de la comida abundante. Literalmente, Jesús les da de comer hasta saciarse, y sobra más de lo que tenían al principio. Por supuesto que está bien comparar este acontecimiento narrado con la Eucaristía, la cual es el alimento por excelencia que podemos tener. Comer al mismo Dios nos llena de fuerzas, no sólo espirituales, sino también físicas. Es la grandiosidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo que satisfacen cualquier necesidad. Esto lo sabemos y experimentamos cuando comulgamos el pan del cielo. Y los ojos de la fe, y la convicción del corazón, nos dicen que no son pan y vino, sino que, por obra del Espíritu Santo, son aquél cuerpo crucificado y aquella sangre derramada para nuestra salvación.

Y si hablamos de pan y de quedar saciados, entendemos que primero hay una necesidad que precisa ser satisfecha. Aquellos que seguían a Cristo buscaban no sólo alimento, sino también ser curados, ser aleccionados, ser guiados hacia eso que Jesús prometía: El Reino de Dios. Hasta ahora estaban en búsqueda del Mesías y aparentemente en el Nazareno lo habían encontrado. Aquellos eran «los miserables», los necesitados, los muchas veces olvidados, y Jesús se ocupa de ellos.

Nosotros, tal vez, no estamos tirados en la calle, ni mendigando, pero también tenemos necesidades. No lo poseemos todo. Y llegar a este reconocimiento nos posibilita dar el paso, fundamental, para entender el Corpus Christi. Si aseguramos que lo tenemos todo, entonces no nos hace falta ni Dios. Pero me inclino más a pensar que, nuestro caso es muy parecido al de muchas personas necesitadas de este mundo. Y en primer lugar diríamos que Cristo, que se entrega en cuerpo y sangre, es la mejor respuesta a cualquier carencia que tengamos, especialmente las espirituales.

A su vez, Cristo es alimento, es pan, para otros tipos de hambre. Recordemos que él, como dice el evangelio, a la multitud le enseña acerca del Reino de Dios. Y eso no es comentar lo lindo que se ve la tierra desde una nube. Hablar del Reino es hablar de paz, de justicia, de libertad, de felicidad, de saciedad, de amor, de igualdad, de esperanza, de entrega. Estos son los peces y los panes que también comieron de boca de Jesús, y quedaron satisfechos. Y si no hubiera sido así, nadie habría ido detrás del hijo de María.

Si falta lo que ofrece el Reino y el Cuerpo y Sangre de Cristo, entonces nos queda un mundo de miserables, de necesitados. Ávidos de poder saciar el hambre que tienen. Esa falta de Reino y de los beneficios que éste trae consigo, patente entre quienes estaban en la montaña junto a los doce, hoy lo seguimos padeciendo. Hay muchos miserables que no tienen paz, ni justicia, ni libertad, ni esperanza, ni amor, ni pan. Y es a éstos, y es a nosotros, a quiénes hoy Jesús ofrece su mismo cuerpo, como mejor alimento para acabar con aquella miseria.

Seguramente nos reconocemos algo menesterosos, un tanto “miserables” y Jesús nos saca de ahí y nos da una vida completamente nueva, Entonces quedará de nuestra parte hacer lo posible para que otros también dejen de pasar hambre. Es el papel de los apóstoles el que nos corresponde encarnar. Tenemos que colaborar para que otros puedan comer y dejar la miseria de lado. Eso es Corpus Christi: Ser alimentados y alimentar con misma vida de Dios, recibida en la Eucaristía.

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