- by diosytuadmin
Lucas 14, 25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y Él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre ya su madre, a su mujer ya sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: «Este comenzó a edificar y no pudo terminar». ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras: el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
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Después de leer el evangelio de este domingo, lo que más resuena son las duras exigencias de Jesús, a tener en cuenta, si se lo quiere seguir. Esto me llevó a pensar en un tema siempre vigente: La esclavitud. Y para ilustrar nuestra reflexión, propongo tener en cuenta la película de Steven Spielberg: Lincoln. Por supuesto que este excepcional presidente se vale por sí solo, no por el homenaje que aquél director de cine le pueda hacer. Sin embargo, este film largo y hasta por momentos aburrido, nos pone en la situación más intrincada de la historia de Norteamérica, para llegar al ya conocido desenlace: El fin de la guerra civil estadounidense y la abolición de la esclavitud.
Hoy tenemos a un Jesús claro y preciso. Muy crudo en sus planteamientos. Y es tan radical su mensaje que hasta puede parecernos inhumano. Porque dejar a la propia familia, incluido los hijos, para poder ser un fiel seguidor de Cristo, no es fácil para nadie. Hay que, según los ejemplos que nos da, ser muy previsores, porque no es bueno embarcarse en nada, menos aún en los asuntos de Dios, sin saber qué es lo que estamos dispuestos a arriesgar.
Entonces, escuchar el planteamiento de Cristo con respecto al amor que le debemos tener, por encima del que sentimos por nuestra familia, nos deja un poco desconcertados. Incluso podemos llegar a pensar que este Hijo de Dios es egoísta y celoso. Pero no hay que caer en la literalidad del texto. Aunque sí saber que Jesús nos quiere realmente libres. No esclavos. Entonces la visión es mucho más amplia y no circunscrita al mayor o menor amor familiar. Nuestra opción por Dios tiene que estar clara. Él no desea sólo una adhesión ideológica o de simple aceptación de unas creencias. Quiere una entrega completa del corazón. Y esto supone una libertad mayúscula. Nada nos puede atar. Nada nos puede retener ni esclavizar. Y esto debía quedarle claro a la multitud que lo seguía, como a nosotros también. Entonces nos preguntamos: ¿Cuál es el fundamento por el cual afirmamos que somos seguidores de Cristo? ¿Somos completamente libres para seguir a Jesús, aunque eso implique priorizar a Dios por encima de afectos y comodidades?
Y aquí cabe aclarar que no se pide un desprecio a la familia, con tal de amar a Dios, sino abocarnos con plenitud y libertad al amor a nuestro Padre del cielo. Esto hará que, como consecuencia, amemos más a nuestros familiares y seres queridos. Porque el amor divino abarca todo amor humano. Pero no siempre sucede lo mismo si lo planteamos al revés: No todo amor humano llega a abarcar el amor a Dios.
Y si antes traíamos a la memoria a Abraham Lincoln, a través de la película de Steven Spielberg, fue para poner delante un personaje que tiene dos ambiciosos ideales: Acabar con la guerra civil y abolir la esclavitud. Los cuales, aunque parecen casi una misma causa, entran en conflicto. Y el mayor dilema se presenta en saber cuál es la prioridad, la esclavitud o la guerra. Lincoln quiere una nación que no esté dividida, en norte y sur, en blancos y negros. Busca una igualdad, para construir, desde la unidad, una nación grande. Y en nuestro caso, bien podríamos decir que tenemos que saber qué es lo que queremos con respecto a Dios y hasta dónde estamos dispuestos a llegar, con tal de lograr el deseo de Jesús: Una humanidad capaz de amar con amor de Dios, y así quitar cualquier tipo de esclavitud y lograr la paz en cualquier guerra.
De este modo, tal vez nos queda más claro lo que Cristo nos quiere decir al hablar de cargar la cruz para poder seguirlo. Lo cual no es sufrir por sufrir, o una prueba que Dios nos envía, para medir el amor que le tenemos. Es una invitación a entrar en comunión con él, que está crucificado, para poder confiar más plenamente en el Padre y de ese modo hacernos uno con el sufrimiento de nuestros hermanos, como él lo hizo con nosotros cuando murió en la cruz. Y al mismo tiempo, nuestra cruz tal vez nos sirva para recordar que, para llegar a la resurrección, hay que morir a todo aquello que nos esclaviza, que no nos deja a amar a Dios sobre todas las cosas y que nos retiene en una felicidad efímera.
Por último, es necesario no perder de vista que seguir a Jesús implica una decisión profunda y firme. Debemos ser plenamente consciente de lo que aceptamos cuando decimos sí a Dios. Es que él nos quiere auténticos, libres, entregados, decididos, verdaderos, alegres, solidarios, generosos, desapegados. Seguir a Cristo implica la vida entera, sin mezquindades. ¿Estamos dispuestos a firmar el “Sí, quiero”?