- by diosytuadmin
Lucas 18, 1-8
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme»». Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? »
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Después de leer el evangelio tuve dos ideas. La una unida a la otra y, para abordar estos temas, creo nos puede valer el tener en cuenta una película titulada: «Resistencia», «Defiance» en inglés. También se podría traducir el título original por insubordinación. El film, basado en hecho reales, cuenta a cerca de la proeza de tres hermanos que luchan por salvar sus vidas, refugiándose en los bosques cercanos a su casa en Bielorrusia, después de que los nazis han matado a su familia. A medida que se extienden los rumores sobre su entrega y coraje, otras personas de toda clase y condición, se unen a ellos y se muestran dispuestos a arriesgarlo todo por un instante de libertad.
Hoy tenemos a Jesús que nos presenta una parábola donde una pobre viuda insiste a un juez descreído y soberbio que le haga justicia. Éste accede al pedido, no por hacer honor a su función, sino para que la mujer deje de molestarlo.
Aquí, lo primero que podemos resaltar es la fe y paciencia que tiene la mujer, quien no se cansa de pedir hasta obtener lo que necesita. Entonces podemos decir que, análogamente, así debería se nuestra oración: Impregnada de fe y paciencia. Sobre todo si tenemos en cuenta que los tiempos de Dios, a veces, no son los tiempos nuestros. No todo sale a pedir de boca, pero ciertamente Dios termina dando respuestas. A esto podríamos añadir que si aquél juez malo supo dar a la viuda lo que precisaba, Dios, que es bondad, nos va a socorrer. No tengamos duda en ello, sino fe.
Y avanzando en lo que nos presenta la Palabra de Dios, vemos que se nos presenta un gran tema: La justicia. El juez no teme a Dios y tampoco le importan las personas –nos cuenta Jesús. Bien podríamos decir que es un déspota. Y suponemos que hacía lo que le venía en gana, es decir, actuaba haciendo justicia si le parecía bien. O tal vez legislaba para quienes le interesaban o podían retribuirle algún beneficio. En cambio, la pobre viuda, que es imagen del desamparo en la época de Cristo, lo único que le reportaba al magistrado era fastidio.
Todo esto, si lo miramos con los ojos de nuestra época, no podemos menos que pensar en la corrupción de los que detentan poder. Son los que, en parangón con el aquél juez, no temen a Dios y tampoco les importa las personas. El único interés es hacer lo que a ellos les beneficia. Aunque, en ocasiones sí hacen justicia, que es para lo que están, pero a lo mejor sólo es un tentempié para los más desamparados. Y esta actuación es los sigue sosteniendo a aquellos mismos en el lugar de privilegio en el que están.
Aquí es donde traigo a colación la película citada al principio. La misma nos cuenta cómo se resiste al ataque mortal de aquellos que creen poder decidir quién tiene que vivir y quién no. Aquellos tres hermanos, también por un acto de fe, son capaces de buscar lo que saben que les pertenece: La libertad. Del mismo modo, nosotros desde la fe, que significa adherirse y entregarse a una persona: Jesús; deberíamos poder resistir con tal de obtener lo que necesitamos. La pregunta sería: ¿Cuánto hemos sido capaces de aguantar y esperar hasta que se haga justicia o lleguemos a recibir aquellos que le pedimos a Dios?
Y en esto no podemos olvidarnos de los desamparados, de los que siguen esperando que se haga justicia. Por un lado, no debemos perder la fe, y creer que todo puede estar mejor de lo que está, donde la realidad social puede ser más equitativa. Pero al mismo tiempo deberíamos revisar nuestras acciones concretas para hacer realidad la justicia que tanto esperan algunos. Y aquí estamos hablando desde la equidad de bienes hasta la equidad de justicia, pasando por el trato ecuánime en la convivencia diaria.
Hay que resistir, hay que tener fe, pero al mismo tiempo hay que actuar, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance. Aquella viuda no sólo se contentó con pedir y confiar en que se le iba a dar lo necesario, sino que fue y volvió, insistiendo, una y otra vez. Y si en alguna medida pensamos que estamos más del lado del juez, no por ser como él en su actitud ante Dios y las personas, sino por tener la posibilidad de actuar en favor de los más desamparados, tal vez es el momento de empezar a trabajar.
Si de verdad somos hijos de Dios, no podemos menos que pedir y esperar, confiados en Dios y, al mismo tiempo, dar aquello que de él hemos recibido.