- by diosytuadmin
Juan 6, 51-58
Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede damos a comer su carne? » Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mi. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
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«Quiere mucho a sus hijos, y hallándolos en el nido muertos por las serpientes, se desgarra el pecho y, bañándolos con su sangre, los vuelve a la vida». De este modo se refiere al pelícano Leonardo da Vinci en su Bestiario. Toda esta leyenda acerca de cómo actúa el pelícano con sus crías, antes había aparecido en la Edad Media, donde la tradición cristiana ponía a aquella ave como símbolo eucarístico, viendo en su sangre vivificadora la figura de la sangre redentora de Cristo. Incluso de esto nos habla el mismo san Agustín en sus Enarraciones sobre los Salmos. Él escribe: «Se dice que estas aves matan a sus polluelos a picotazos y que, una vez muertos, los lloran por tres días en el nido; en fin, se dice también que, hiriéndose la madre gravemente a sí misma, derrama su sangre sobre sus hijos, con la cual rociados reviven […] Si es verdad, observad cómo conviene a Aquel [Cristo] que nos vivificó con su sangre…» (Enarr. in Ps. 101, 8).
Si bien esta simbología parece anticuada, sin embargo también nos puede servir para reflexionar acerca del Corpus Christi.
Hoy tenemos a Jesús que insiste en que, para tener vida, debemos comer su cuerpo y beber sus sangre, de lo cual los judíos se sorprenden. La literalidad de aquellas palabras, ciertamente asustan o espantan. Aunque aquí debemos hacer la salvedad siguiente: Jesús está hablando desde la concepción judía del hombre, en la cual el cuerpo, o el hombre-cuerpo, se refiere a la persona. Bien se podría entender que está diciendo que el que tome su persona, lo que él es, tendrá vida eterna. Lo mismo con la sangre. Esta significa la vida misma y no es un mero símbolo. Por consiguiente, el que tome la vida de Jesús, ese vivirá eternamente.
Para nosotros no es fácil tampoco asimilar todos estos conceptos, aunque aseguremos saber qué es lo que sucede en la Eucaristía y qué es esto del Cuerpo de Cristo. Y aquí, me atrevo a decir que, probablemente, lo que vemos y entendemos es el milagro, la magia, que sucede cuando el sacerdote consagra el pan y el vino. Vemos pan y vino, pero decimos, convencidos, de que son el cuerpo y sangre de Jesús. Y todo acaba ahí, en el rito. Nosotros, en el mejor de los casos, lo recibimos y por un momento nos sentimos tocados por Dios, pero luego seguimos con nuestra vidas. Tal vez un poco distintos, pero no tanto. Por supuesto que no pretendo generalizar, pero me parece que nos sucede más o menos así.
Éste es un día especial para poder pensar y asimilar, con mayor profundidad, lo que significa el Cuerpo de Cristo. Y, si me permiten, diría que es la vida del mismo Jesús la que se nos entrega, lo cual no es para sentirnos reconfortados por un momento, como cuando uno recibe una caricia y más tarde casi que se ha olvidado cómo fue, sino para descubrir que la comunión verdadera es la que hace que nuestras vidas cambien radicalmente.
Aquí nos puede servir aquella imagen del pelícano, donde su sangre cambia el estado de los polluelos, éstos vuelven a vivir. Y eso hizo Cristo con nosotros. Nos da su vida para que revivamos, pero a una vida que no puede ser una simple continuación de lo que venía siendo, sino algo mejor, porque tener vida de Dios en nosotros, siempre tiene que superar, en bien, en amor, en entrega, a lo que era antes. Incluso tiene que llevar a aprender a dar la vida propia por los demás. Entonces nos podemos preguntar: ¿En qué se nota que recibo el Cuerpo de Cristo? ¿Sigo siendo exactamente el mismo que antes de la comunión?
Comer a Cristo, en la Eucaristía, es asimilar todo lo que ese pan significa. Ese es el signo que lleva, que conecta con la realidad trascendente que es Dios mismo, es decir Jesús. Si ese signo, ese pan, no nos une a esa realidad divina, que va más allá de los sentidos, entonces no sirve para nada. Sólo hay sacramento, verdadera comunión. cuando a través del signo, del pan y del vino, nos hacemos uno con lo significado: Dios. Aquí es donde cobra mayor fuerza y sentido el asistir a misa. Para eso se reunían los primeros cristianos, para la fracción del pan, y comían juntos, haciendo memoria de lo que Jesús hizo. ¿Acaso no debemos hacer lo mismo los que nos decimos seguidores de Cristo?
Para celebrar el Corpus Christi de la mejor manera, más allá de cantos, de custodias de doradas, de casullas blancas, de incienso y de procesiones, lo debemos hacer del mismo modo que Jesús: Comer el pan que nos ofrece, que es él mismo y ser pan partido para los demás. Así fue Cristo durante toda su vida, para hacer la voluntad del Padre, y es lo que quiere que hagamos. Si no hacemos comunión con él y nos volvemos otro Cristo, los demás ornamentos y fiestas sobran.
Seguramente será un buen indicio de que estamos asimilando el pan de vida cuando, de alguna forma, nos empecemos a parecer al pelícano, y no nos importe desgarrarnos y sangrar, con tal de que otros tengan vida, como lo hizo Jesús con nosotros. Esto es el Corpus Christi: Hoy, y en cada Eucaristía, Jesús vuelve a partirse para darnos darnos vida.