Ciclo B – Viernes Santo
Para leer la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Juan (18, 1—19, 42), hacer click aquí
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«Impulsados por el amor, los fragmentos del mundo se buscan mutuamente, de manera que el mundo pueda llegar a ser».
Esta es una frase muy sugerente de Teilhard de Chardin, religioso Jesuita, paleontólogo y filósofo francés, fallecido en 1955. También cabe decir que su escritos están en entredicho y hasta prohibidos por la Santa Sede. Los temas controvertidos son varios, pero en este caso no entramos en disquisiciones teológicas, sino simplemente nos abocamos a lo que la frase puede sugerirnos y ayudarnos para la reflexión de este Viernes Santo.
Hemos recordado, una vez más, la pasión de Jesucristo. Y no sé hasta donde nos moviliza, o conmueve. Aunque también sólo puede ser un recuerdo, doloroso, pero nada más que una memoria de lo que nos han contado. Y en especial hoy nos detenemos ante la figura de la cruz y el crucificado. Es el punto de atención y el que, al mismo tiempo nos causa desconcierto. Incluso surgen preguntas como: ¿Por qué Jesús tuvo que morir así? ¿Era realmente necesario? ¿No tenía Dios otra forma de salvarnos?
Básicamente todos estos cuestionamientos, me parece, tienen un punto en común: Nos apena ver el sufrimiento y nos quedamos con la imagen horrible de un hombre descarnado y sanguinolento que paga por lo que no hizo. Mira todo lo que sufrió por nosotros, por mí —podemos decir— cómo vamos a seguir portándonos mal —tal vez concluimos. Al mismo tiempo agradecemos que por él obtengamos la salvación, aunque no sé si realmente comprendemos esta muerte relacionada con el que nosotros nos libremos de la pena y de la culpa de nuestros errores.
Entonces, para dar un mejor enfoque al por qué Jesús murió en la cruz, deberíamos asimilar que todo esto no tiene validez por la cruz en sí misma, ni por el sufrimiento físico de Jesús, aunque eso es, probablemente, lo que más nos conmueve, sino que lo vivido y padecido por Cristo tiene su validez por el amor que él manifiesta en esta entrega. Y si hoy adoramos la cruz, no estamos haciendo prensa de su desgarradora muerte, sino de su profundo amor, explícito en esa cruz.
Jesús vivió en un momento en el que sus obras y su mensaje tenían una gran chance de terminar como terminó el Hijo de Dios y, sin embargo, él no se echa atrás, sino que sigue adelante con lo que sabía era lo mejor para todo el mundo: Descubrir el verdadero rostro de Dios y su infinito amor, aunque esto lo llevara a morir como lo hizo.
Esta es la razón más profunda que hoy debemos comprender, que Dios es capaz de morir crucificado para decirnos que nos ama, para no mostrar ambigüedades, para no ser incoherente, para ser claro en su mensaje. No le importa perder la vida con tal de enseñarnos cómo se llega a la salvación. Y es lo que nosotros deberíamos hacer, además de los ritos de adoración y memoria: Comenzar a imitar esta forma de amar y plantearnos que para ser cristianos, para ser seguidores de Cristo, tenemos que ser capaces de amar dando la vida por los demás. Y esto incluso se puede entender hasta de un modo literal. Y por supuesto que no estamos pidiendo la muerte de nadie, porque aún sin la muerte física puede haber un amor similar al de Jesús, lo cual nos salvará. No es la muerte en sí misma la que salva, sino el amor por el cual la asumimos.
La frase de Teilhard de Chardin nos habla de que el mundo va a llegar a ser cuando los fragmentos del mundo, impulsados por el amor, se unan. Y la clave está también en ese impulso, el del amor. Y es lo que hizo Jesús. «Él mismo había anunciado: Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 20-33). Y así fue. El mundo dividido, fragmentado, se hizo uno a causa del amor manifestado en su cruz. Y seguirá haciéndose uno en la medida que ese impulso amor siga vivo y presente en cada instante de nuestras vidas.
Tenemos que aprender a morir por amor. Así seremos uno con Dios, así habrá cielo para nosotros. Por lo tanto habrá que morir a la maldad, al odio, a la violencia, a la mezquindad, a la apatía, al insulto, al ninguneo. Pero en especial habrá que morir al egoísmo. El que sólo nos hace pensar en nosotros mismos y nos aleja, infinitamente de toda cruz, de todo amor y, principalmente, de toda salvación.