Ciclo A – Dom XII del Tiempo Ordinario
Mateo 10, 26-33
Jesús dijo a sus apóstoles: No teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que Yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquél que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre de ustedes. También ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero Yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquél que reniegue de mí ante los hombres.
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Tenemos miedo al abandono, al desprecio, al fracaso y a no ser nadie. Tenemos miedo al dolor, a la enfermedad, a la soledad y a la muerte. Tenemos miedo a la condena, al infierno, a no ver a Dios. Tenemos miedo a no poder ser nosotros mismos, al encierro y a no ser libres. Tenemos miedo a ser callados, a que nos ignoren, a no destacar. Tenemos miedo a no lograr ser felices, a quedarnos en la ruina, a no tener dinero, a ser pobres. Tenemos miedo a que no nos perdonen, a nos ser amados, a que nos odien o a que nos dejen de hablar. Tenemos miedo a tener que partir, a emprender algo distinto, a dejar lo que no nos hace felices. Tenemos miedo de tomar la decisión incorrecta y a lo que vendrá. Tenemos miedo a no poder olvidar las ofensas y a no perdonar, a seguir anclados en el dolor del golpe que nos dio la vida, a no avanzar, a la tristeza, a la depresión, a quedarnos paralizados. Tenemos miedo a vivir nuevas experiencias, a salir de nuestra comodidad, a lanzarnos a la aventura, sin mapa, sin brújula, sin ruta de viaje segura. Tenemos miedo a que nos roben, a que nos maten, a perder aquello a lo que estamos aferrados. Tenemos miedo a que nos mientan, a que nos engañen, a que nos vendan gato por liebre. Tenemos miedo por nuestros hijos, por nuestros padres, por nuestros amigos. Tenemos miedo.
Muy probablemente no son todos estos nuestros miedos, aunque alguno tal vez lo reconozcamos como propio. Y me atrevo a decir, primero, que es normal para cualquier ser humano pasar por ellos. Aunque no sé si, en buena lógica, deberían ser muchos los que viva alguien que dice ser bautizado e hijo de Dios. Tal vez la pregunta de hoy es: ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza?
Hoy Jesús nos pide ese salto al vacío, ese poner nuestra confianza en él y no tanto en nosotros y en nuestro ego. Porque aquél que se sabe con el Señor teme menos o no teme casi nada. Y no se trata de volvernos los más valientes del planeta, sino los más seguros porque nos sabemos al lado de Dios.
¿A qué temes? ¿Qué tan cerca o qué tan lejos estás del Señor?