Amor de Dios

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Ciclo C – Domingo XXIV Tiempo Ordinario

Lucas 15, 1-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido». Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
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De los medios de comunicación
en este mundo tan codificado
con internet y otras navegaciones
yo sigo prefiriendo
el viejo beso artesanal
que desde siempre comunica tanto.

Estos son unos versos de Mario Benedetti, de su libro “A título de inventario”, que reúne sus poesías entre 1950 y 2001. Y claro que puede, o está, muy lejos de lo que Jesús nos cuenta en el evangelio, pero me parece bastante gráfico, al menos para intentar comprender lo que entiendo como punto central del mensaje que nos transmite.

Es un texto bastante extenso el de este domingo. Los liturgistas bien podrían habernos repartido estos versículos, al menos en dos partes. Pero como lo tenemos todo junto, tal vez lo mejor sea comenzar por la segunda mitad, para darle un sentido más profundo a lo que llamo la primera parte: El hijo pródigo, y luego la moneda y la oveja perdidas y encontradas.

Se ha hablado y escrito mucho acerca de este pasaje bíblico. Incluso tenemos una pintura preciosa de mediados del siglo XVII: “El retorno del hijo pródigo”, obra del pintor holandés Rembrandt. Y estoy convencido de que hemos sacado muy buenas conclusiones acerca del mensaje que nos quiere transmitir Jesús. Por ejemplo, nos hemos puesto en el lugar de los hijos que se alejan del padre, es decir de Dios, pero que felizmente vuelven. Aunque en ocasiones también somos hijos que nos quedamos junto al Señor, y por lo tanto nos sentimos dueños, no sólo de sus bienes sino de lo que llamamos su justicia. Pero principalmente hablamos de perdón y misericordia, cuando pensamos en esta parábola.

Pero ¿qué es el perdón y la misericordia? ¿Lo hemos entendido realmente? Algunos podrán decir que sí, otros a lo mejor todavía estamos debatiendo internamente su alcance y profundidad. Más cuando nos toca de cerca tener que ejercer lo que el Padre hace con su hijo: Perdonar.

Tal vez, en ocasiones nos cuesta perdonar, porque fácil y rápidamente mezclamos el perdón con lo que nosotros entendemos por justicia. Y en esto Dios nos lleva ventaja. Él no mide como nosotros creemos o deseamos que mida. Entonces, por supuesto, se nos hace bastante complicado ser misericordiosos, porque el que pide nuestro perdón probablemente no cubre las exigencias de nuestra justicia. De hecho, en el texto no vemos que el Padre le ponga condiciones al hijo que vuelve, para aceptarlo de nuevo en casa. ¿Haríamos lo mismo?

Dios es amor, es misericordia, es perdón, eso es lo que sabemos, pero no sé si lo comprendemos del todo. En ocasiones, queremos parecernos al Señor en esto que define su ser: Amar, pero terminamos haciendo un acto de voluntad, más que un acto de amor, y esto no es simplemente poner buena voluntad, sino hacer vida el perdón y la misericordia.

Si volvemos a los versos de Benedetti, vemos que él se queda con lo que llama “el beso artesanal”, porque siempre ha comunicado mucho, o más deberíamos decir todo. Y ese tipo de beso, el más auténtico y original, es directo, claro, simple, se da o no se da, se siente o nos quedamos huérfanos de él. Y es lo que, podríamos decir, se parece al modo de amar de Dios. Él te ama como lo refleja el padre de la parábola, de una forma clara, directa, simple, con profundidad, de un modo sincero, es verdadero y te comunica y te lo da todo, sin mezquindades, como “el beso artesanal”.  Y alguno pensará en el beso de judas, que también dice mucho, pero ese beso es de Judas, es decir, más propio del ser humano, no de Dios.

Entonces sí, una vez que entendemos qué y cómo es ese amor de Dios, al cual aspiramos, probablemente entenderemos más y mejor aquello de la oveja y la moneda perdidas, que se buscan hasta que se logra recuperar. El Señor lo que quiere es tenernos con él, por eso nos busca, porque nos ama. Por eso nos espera, porque nos quiere en su casa, sin importarle en qué hayamos malgastados nuestros bienes.

Finalmente diría: Cuando comprendemos verdaderamente lo que es el amor de Dios, no vamos a querer marchar más de su lado, en busca de otros amores que prometen, pero que no llegan a dar lo prometido.

Eduardo Rodriguez