Ciclo A – Domingo IV del Tiempo Ordinario
Mateo 4, 25—5, 12
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
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Bienaventurados los locos, porque de ellos es el reino de los sueños. Y bienaventurado el que no cambia el sueño de su vida, por el pan de cada día.
Estas ocurrentes bienaventuranzas, la última citada como una frase de Facundo Cabral, cantautor, poeta y escritor argentino, nos pueden evocar muchas ideas. Nos pueden gustar, o no. Lo cierto es que, con el permiso correspondiente, el de cada lector, me atrevería a ponerlas al final de las nueve que tenemos hoy en el evangelio de Mateo.
Y para hablar de la propuesta de Jesús, diría que además de ser una clara propuesta de vida que nos hace, es también una descripción de sí mismo. Siempre afirmamos que Jesús es pobre, justo, pacífico, sin tener donde recostar la cabeza, misericordioso, limpio de corazón, perseguido, paciente y preocupado por el bien del prójimo. Por tanto no podemos menos que pensar que él mismo, con su vida, nos está diciendo que es el modo de ser felices. Pero está claro que en el mundo en el que vivimos, y en aquél tiempo también, este mensaje cuesta entenderlo y mucho más encarnarlo. No es empresa fácil ser bienaventurados con lo que Cristo nos muestra con su vida.
Hoy se nos dice que debemos ser felices, o al menos aparentarlo. Pareciera que todo se reduce a una felicidad marcada, especialmente, por signos externos. No en vano en las redes sociales, tan en auge en nuestro siglo, más triunfa quién más se expone y enseña a los demás lo exitoso que se es. Siempre es mejor una imagen donde salgamos radiantes, que una donde aparezcamos llorando. Incluso podríamos añadir que ahora no es sólo un anhelo el ser dichosos, sino un deber, casi un trabajo. Porque nos han impuesto que hay que publicar, para corroborar que somos felices.
Sin embargo Jesús sigue con su mismo discurso y ejemplo. Y los que decimos que creemos en él así lo deseamos y admiramos, pero no sé si trabajamos por ello decidida y constantemente. Siempre habrá quiénes destacan en toda la propuesta de Cristo, pero los cristianos de a pie no lo tenemos fácil. Todos queremos la paz, ser misericordiosos y tener paciencia, por citar las que menos complicadas parecen. Pero cuando nos dicen que también la persecución es uno de los caminos a sufrir, ya la cosa cambia. Y ni qué hablar si nos referimos a tener alma de pobres, aguantar insultos y ser limpios de corazón. Entonces decimos: ¿Por qué Dios no nos ha revelado algo nuevo, para ayudarnos un poco? Ya tuvo tiempo de actualizar aquél discurso de Cristo. Y aquí es cuando empezamos a entender que, la única forma de poder llegar a comprender todo esto, es viviendo en sintonía profunda con el Espíritu. Otra característica de Jesús. Es que la felicidad, la de Dios, no se vende en internet.
Y esto de buscar una vida profunda en el Espíritu, no significa que nos volveremos “espiritualinos” (si es que existe esta palabra). Para nada pensar en que de ahora en más tendremos que poner vocecita suave y angelical, cayendo casi en el murmullo, o andar levitando sin pisar el suelo, poniendo un gesto en el rostro de santo de altar y hablando a todo el mundo de “hermano”. Esas son superficies, como las que pueden aparecer en cualquier red social, que pretenden argumentar piedad, pero que se quedan en una pose y nada más. Ser y vivir en el Espíritu es sintonizar con Dios y por consiguiente sintonizaremos, directa y profundamente con el ser humano. A veces pienso que no hay nadie más humano que el mismo Jesús, y así es como deberíamos volvernos nosotros: Más humanos.
Entonces podremos hablar de felices los pobres en el Espíritu, los misericordiosos, o los que luchan por la paz, porque sabremos sentir con el que tenemos a nuestro lado y por consiguiente entenderemos que es mejor perdonar, hacer las paces, o ser insultados y perseguidos, porque somos capaces de ponernos del lado de aquellos que lo sufren.
Y para esto he citado antes aquellas pseudo-bienaventuranzas. Porque hay que estar locos de Dios para no dejar de vivir en el reino de los sueños, o del sueño de Dios mismo, que nos quiere a todos en su amor; y que hace falta hacer locuras de amor al prójimo, para que todo se vuelva realidad. Siendo incluso capaces de no claudicar, aunque eso nos lleve a no tener el pan de cada día.
Cuando empezamos a experimentar, verdadera y profundamente, al menos una de las bienaventuranzas, empezaremos a entender la propuesta de Jesús. Podríamos intentar con, por ejemplo, ser misericordiosos…