Blanco

Espíritu Santo (2)Juan 14, 15-21
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. y Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque Yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; ; y el que me ama será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él.
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«Pero mientras garabateaba en el papel marrón, noté, muy irritado, que había dejado en casa la tiza más exquisita e importante. Revolví todos mis bolsillos pero no encontré nada de tiza blanca. Aunque los conocedores de la filosofía –mejor dicho, religión- de dibujar sobre papel marrón conocen la importancia del blanco, tan positivo como esencial, no puedo evitar explicar ahora su significado moral. Una de las grandes verdades que nos revela el arte de dibujar sobre el papel marrón es que el blanco es un color, no su simple ausencia. Es algo brillante y agresivo, tan fiero como el rojo, tan concreto como el negro… Y una de las dos o tres verdades más importantes de la mejor filosofía religiosa, del verdadero cristianismo por ejemplo, es exactamente ésa. La principal afirmación de la moral religiosa es que el blanco es un color. La virtud no es la ausencia de vicios o huir de los peligros morales. La virtud es algo concreto e independiente. La misericordia no es abstenerse de crueldad o perdonar el castigo o la venganza. Es algo real y concreto como el sol que uno ha visto o no. La castidad no es abstenerse de una sexualidad malsana, es algo ardiente como Juana de Arco. En pocas palabras, Dios pinta con una amplia paleta, pero nunca con tanta hermosura, y casi diría que tan llamativamente, como cuando pinta con el blanco. En algún sentido, nuestra época acepta este hecho y lo expresa en la ropa triste. Porque si fuese cierto que el blanco es algo negativo y discreto, se usaría en los periodos tan pesimista como en los funerales, en vez del negro o el gris. Veríamos a los señores en las oficinas con abrigos de impecable lino plateado y galeras maravillosamente blancas como lirios del valle. Lo que no sucede».

Este es el extracto de un texto de Chesterton, llamado «Un trozo de tiza». Cuando lo leí me llamó la atención lo que acabo de citar, y después de leer el evangelio de este domingo, pensé que puede servirnos para poder ver entre líneas acerca de lo que cuenta la Palabra de Dios. Evidentemente, el mensaje de Jesús no se reduce al análisis y conclusiones de Chesterton, con respecto al color blanco, pero lo que hoy nos dice Cristo es tan o más importante y esencial para el que se dice cristiano e hijo de Dios, como lo era la tiza blanca para aquél escritor inglés, cuando dibujaba sobre papel marrón, más comúnmente llamado papel de estraza o papel madera.

Hoy nos encontramos con que Jesús le revela a los discípulos cómo van a poder seguir viviendo su presencia, una vez que él ya no esté conviviendo con ellos. De alguna manera les marca el camino a seguir. Y comienza diciéndoles que si lo aman [a Jesús] entonces guardarán sus mandamientos. Los cuales, ya sabemos, se reducen a dos: Amar a Dios y a prójimo. Y, en consecuencia, todo aquello que contradiga estos mandatos se aleja de Dios. Y entonces pasamos a hablar de pecado, injusticia, desamor, daño, maldad, engaño. Pero si estamos en consonancia con aquello del amor pedido por Cristo, pasaremos a hablar de generosidad, solidaridad, entrega, compasión, misericordia.

Y si nuestra respuesta es la del amor, entonces sucederá algo que siempre, como hijos de Dios, estamos deseando: Lo tendremos por completo. Por tanto seremos acreedores de la promesa del mismo Cristo, que dice: «el que me ama será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él». Me pregunto entonces ¿Nos damos cuenta de lo que sucederá si amamos de verdad? ¿Cuántas veces se nos ha manifestado Dios en esta forma, es decir, cuántas veces nos hemos sentido realmente amados por Él? Tal vez alguno diga que lo ha experimentado al sentirse perdonado por el Señor, y por tanto nos alegramos y lo felicitamos, pero también puede suceder, y con una profundidad extraordinaria, cuando amamos como Jesús nos pide.

Todo esto debe ser concreto, diríamos palpable. De ahí la razón de citar a Chesterton, porque si para él el blanco, cuando dibuja sobre papel madera, es tan necesario y evidente, a diferencia de su ausencia cuando el dibujo es sobre papel blanco, también deberá ser real, tangible, palpable, el amor con que queramos hacer realidad lo mandamientos de Cristo. Ese amor es el blanco, lo positivo, lo que marca vida y luz y que no es lo mismo que decir que no hacemos mal a nadie, queriéndonos justificar de ese modo que realmente no amamos, o que hay ausencia de amor. No es lo mismo abstenernos del mal que hacer el bien decididamente. Y Dios quiere que seamos reales, evidentes, verdaderos a la hora de amar. Así también será palpable y evidente su presencia en nosotros, porque surgirá en Espíritu Santo y será patente su amor.

Y si hablamos de Espíritu, cuando decimos Espíritu Santo, ¿qué entendemos? Tal vez damos una definición muy acertada, la del catecismo, que nos dice que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, o que es el que surge del amor que existe entre el Padre y el Hijo. Todo eso está muy bien y hay que aprenderlo, pero ¿acaso no nos queda un poco lejos aquella realidad? O podríamos preguntarnos: ¿Cuántas veces en nuestras vidas hemos experimentado la presencia del Espíritu en nosotros? ¿Cuántas veces hemos acudido a él? Con esto no niego lo que pueden ustedes creer y experimentar, con respecto al Espíritu Santo, pero tengo la impresión de que no es tan socorrido.

Si decimos que del amor entre el Padre y el Hijo surge el Espíritu Santo, ¿no pasará lo mismo cuando nos amamos, de verdad, como Dios nos pide? Y creo que sí podemos afirmar que suscitamos que Dios se haga presente en nuestras vidas. Es lo que Jesús nos dice: «Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: El Espíritu de la Verdad». El Espíritu, el Paráclito, el defensor, el abogado, es esa presencia, esa experiencia de Dios entre nosotros y es lo que debemos lograr. Tal vez esto nos haga cambiar un poco la perspectiva y no sólo pensar que el Espíritu es el que nos cae desde arriba, como una paloma, una lengua de fuego, o un rayo, sino que surge entre nosotros cuando hay amor, por amar como Dios ama.

Esta es la presencia, ya, ahora, de Jesús Resucitado y es posible experimentarlo. Sólo hace falta que el amor sea tan evidente y esencial como es el blanco al pintar sobre el papel madera, y así también será perfectamente palpable el Espíritu de Dios y su amor hacia nosotros.

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