El mayordomo

La luz es la que nos saca de las tinieblas...
La luz es la que nos saca de las tinieblas…

Mateo 4, 12-23
Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafamaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: «¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz». A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».  Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente.

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Hace poco se estrenó una película titulada «El Mayordomo». El film nos muestra la historia de un hombre, Cecil Gaines, que sirvió en la Casa Blanca, a lo largo de siete administraciones presidenciales, entre 1957 y 1986. Todo envuelto por el problema social que vivía Estados Unidos, en relación a la discriminación racial. Esto me trajo a la memoria un pensamiento y una idea que puede sumar en la reflexión del evangelio de este domingo.

Hoy, Juan el Bautista comienza a desaparecer y Jesús aparece con mucha más fuerza y, podríamos decir, toma el relevo de quien fue una voz en el desierto. Cristo viene a hablarnos directamente del Reino de los cielos, que está cerca, y por eso nos pide que nos convirtamos. Y a esto se suma la invitación a los primeros seguidores del Hijo de Dios.

El evangelista, Mateo, nos recuerda el mensaje del profeta Isaías, quien nos habla de la luz que vino a iluminar al pueblo que vivía en las tinieblas. Luego nos dice que Jesús exhortó a los suyos diciendo que debían convertirse. Y después nos habla de quienes lo dejaron todo por seguir a Cristo. ¿Podríamos concluir que quienes luego serán los apóstoles escucharon el mensaje de Jesús, se convirtieron y entonces reconocieron la luz que venía a iluminar la oscuridad? La verdad no puedo asegurar que haya, o no, sido exactamente así, pero sí creo que a nosotros debería hacernos pensar si de verdad también nos hemos convertido y si Dios es para nosotros la luz que quita la oscuridad en la que podemos vernos envueltos.

Tal vez, para entender el tema de la conversión, es bueno tener presente que cuando hablamos de convertirse, no necesariamente se hace referencia a salir de un estado de pecado, para entrar en otro más santo, más puro. Convertirse es cambiar el rumbo, rectificar e incluso buscar algo mejor de lo que tenemos. Y referido a Dios, me atrevo a decir que es volverse y mirar, cara a cara, al Señor y a su mensaje. Y eso es aceptar el Reino de los cielos, es decir el Reino de Dios en nosotros, lo cual requiere un cambio, una conversión, para estar en plena sintonía con él.

En pocas palabras, decimos que lo que nos pide Jesús es que cambiemos el rumbo, que dejemos de ir donde abunda la tiniebla y que hagamos posible que brille la luz de Dios en y desde nosotros. Eso es decirle sí al Señor, eso es aceptarlo como luz que quita nuestra oscuridad, u orden que soluciona el caos de nuestra existencia.

Antes recordé el film, basado en hecho reales, el cual nos pone delante una figura histórica: Martin Luther King. De él se pueden decir muchas cosas, pero traigo a colación una de sus frases: «La oscuridad no puede sacarnos de la oscuridad. Solo la luz puede hacerlo. El odio no puede sacarnos del odio. Solo el amor puede hacerlo». Y creo que, salvado las distancias, es lo que el evangelio viene a decirnos. Es la luz, el Reino de Dios, el que puede sacarnos de la oscuridad en la que tal vez estamos envueltos.

El amor, Dios, la luz, nace y sale del corazón y es la que puede cambiarlo todo y esa significa la llegada del Reino de Dios. Él está en nosotros que hemos sido bautizados en el Espíritu Santo, pero hay que dejarlo aparecer. Y en esto, no podemos confundirnos -como parece que venimos haciendo desde hace muchos siglos- creyendo que todo viene desde fuera, como algo que nos envuelve y nos lleva por delante. No hay que pensar el Reino de Dios como un rayo de luz que viene hacia nosotros, ni tampoco como el cielo que va llegando, como un espacio que se acerca. En todo caso, sí podemos decir que es la oscuridad la que nos envuelve desde fuera, no la luz, no Dios. Él nace desde nuestro interior.

Y para entender lo que hasta ahora hemos dicho, seguimos teniendo en cuenta la frase de Martin Luther King. Él nos dice que es el amor el que nos saca del odio, y el amor nace del corazón. Así también, el Reino de Dios, la Luz, nace desde nuestro interior. Ya decía san Agustín: Te buscaba por fuera y estabas dentro de mí, Señor. Por lo tanto, el cambio que Jesús nos pide es quitar todo aquello que no deja que brille Dios, la luz que llevamos dentro, que es lo único que hace posible una vida nueva, renovada, que tiene que ver con el Reino de Dios.

Por fuera están las tinieblas, que no siempre hacen referencia a pecado. Es todo aquello que no deja que Dios aflore en nuestras vidas. Y en esto me atrevo a poner, como tiniebla, toda aquella norma religiosa que, más que ayudar a ser de Dios, ahoga el libre accionar del amor del Señor. Y esto lo podemos ver ejemplificado en el mismo Jesús y su poca observancia del sábado. Sabemos que Cristo curaba en sábado, cosa prohibida por el precepto religioso judío. Pero lo hacía, no por simple rebeldía, sino porque era una norma que quedaba inútil si era imperativo salvarle la vida alguien. Podríamos concluir entonces que, para los observantes del la ley sabática, esa norma era la tiniebla que no dejaba brillar a Dios, pero a Jesús no lo opaca en su manifestación del Reino de Dios.

¿Queremos convertirnos, porque el Reino de Dios está cerca? Miremos dentro de nosotros y quitemos todo lo que no deja brillar a Dios en nosotros. Si Dios nos creó, y tenemos su aliento de vida en nosotros, ¿qué esperamos para exhalarlo? Y en esto, tengamos en cuenta el modo de actuar de Jesús: No se predica a sí mismo, sino que predica el Reino, es decir el amor de Dios. Es lo que le sale del corazón.

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