Hacerse Dios

 

Hacerse Uno Con Dios - Julio Cortázar

Ciclo B – Domingo X del Tiempo Ordinario – Corpus Christi

Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?» Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.» Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»
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«Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas.»

Esto lo dice de sí mismo Julio Cortázar, en «Julio Cortázar: La Biografía», de Mario Goloboff. Y rápidamente podemos afirmar que no estamos ante una explicación clara y directa de lo que es y significa el Corpus Christi, fiesta que celebramos en este domingo, pero sí creo que nos da algunos elementos para poder reflexionar, no sólo lo que celebramos hoy, sino también (por qué no) lo que nos relata el evangelio.

Tenemos a Jesús en la última cena, junto a sus apóstoles, quienes prepararon lo necesario para la fiesta de la Pascua, pero que al mismo tiempo se encuentran con un planteamiento de parte de Cristo que jamás habían imaginado. Y la pregunta que surge, indefectiblemente, es: ¿Qué entendieron aquellos hombres? Y ¿Qué entendemos nosotros acerca de «esto es mi Cuerpo y esta es mi Sangre»?

Lo que realmente entendieron aquellos hombres, junto a Jesús, no sé exactamente qué habrá sido. Aunque me atrevo a decir que entendieron claramente lo que Cristo quiso decirles, pero seguramente sin las «complicaciones teológicas» que se han sumado a lo largo de los años (para explicarnos mejor y con más claridad, sin duda). Ellos no hablaron de transubstanciación, por ejemplo, sin embargo supieron que era la vida del mismo hombre que les hablaba la que podían hacer suya, al recibir y comer del pan y beber de la copa que aquél les ofreció. Aceptaron la vida de Jesús y se hicieron uno con él y eso les llevo a descubrir un nuevo mundo, un nuevo ser, una vida nueva en Dios, llegando a afirmar, como san Pablo: Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí. Porque comprendieron que esta presencia divina en ellos hacia posible todo lo bueno, como posible era todo cuando estaban junto a Jesús.

Y en nuestro caso, como aquellos discípulos, deberíamos comenzar a revisar qué es lo entendemos, qué es lo que vivimos, qué es lo que vemos en este signo sacramental. Aquellos primeros seguidores de Cristo vieron más allá de un simple partir y repartir pan, no se quedaron con lo evidente. Trascendieron y asimilaron que ese signo es el que los llevaría siempre a renovar y actualizar esa presencia divina en ellos, y para eso se reunían, según Hechos de los Apóstoles: Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. Entonces nos preguntamos: ¿Es esa la razón y la intención por la cual celebramos la Eucaristía, para renovar y hacernos conscientes de la presencia real de Dios en nosotros? ¿O a caso sólo se reduce a cumplir un precepto de la Iglesia?

Antes citaba a Julio Cortázar, quien tenía como desdicha y dicha, a la vez, el no aceptar las cosas como le eran dadas. Siempre intentado franquear ese itinerario misterioso que se le presentaba ante algo o una palabra nueva. Y lo mismo debería pasarnos, al no aceptar la literalidad del signo realizado en el altar (no es sólo pan y vino) e intentar ver más allá en esta entrega misteriosa de Dios hacia nosotros. Porque es la misma persona de Cristo la que se parte y se reparte y quiere hacerse uno con nosotros. Bien lo decía san Agustín: Eso que recibes, en eso te conviertes. Recibes a Cristo, eres Cristo.

Y vamos saber que estamos comprendiendo el verdadero significado de todo lo que celebramos, cuando comencemos a ver que ese mismo Dios presente y hecho uno con cada uno de nosotros, nos lleva también a partirnos y repartirnos, para dar vida a los demás. Y eso se evidencia en los actos de amor y servicio que hagamos por los que están a nuestro alrededor, aunque no todos sean de nuestro agrado. Porque así es Dios, todo amor y todo servicio, sin distinción de clases, categorías y personas.

Al mismo tiempo, deberíamos pensar que recibir y volvernos Cristo no produce en nosotros un efecto temporal.  Como cuando uno toma una pastilla, porque si es así, temporal, de qué estaríamos hablando. Por el contrario, si vemos que nuestros actos no se corresponden con el ser como Jesús, por supuesto teniendo en cuenta nuestra propia fragilidad, probablemente estemos ante un indicio de que no estamos comprendiendo y asimilando con claridad lo que significa recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, o simplemente nos estamos quedando con la literalidad del pan y el vino, y por lo tanto con un signo sacramental vacío de contenido.

Así, poco a poco, iremos asimilando y experimentando que esta unión con la vida de Dios nos lleva a una mayor plenitud, porque mayor será nuestra entrega y nuestro servicio, sabiendo que no está la felicidad en lo que se da, sino en el mismo acto de donación, porque ahí está la salvación.

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