- by diosytuadmin
Ciclo B – Domingo V Cuaresma
Juan 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de la Pascua. Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que caen en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma está ahora turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora? ” ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!»
Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud, que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera: y cuando Yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
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En 1963, Martin Luther King Jr. pronunció un discurso ante el Monumento a Lincoln, durante la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad. Fue el histórico «I have a dream» – «Tengo un sueño». Sabemos del problema de segregación y discriminación racial que sufría Estados Unidos. Pero este hombre luchó para acabar con aquella situación a través de medios no violentos. Y Martin Luther King soñó con que de verdad todos los hombres fueran creados con igualdad, soñó que negros y blancos puedan comer en la misma mesa de la hermandad, y con que niños negros y blancos puedan caminar unidos de la mano. Soñó con que aquellas tierras se conviertan en oasis de libertad y justicia, y que «algún día los valles sean elevados, y las colinas y montañas sean allanados, los sitios más escarpados sean nivelados y los torcidos sean enderezados, y la gloria de Dios sea revelada, y se una todo el género humano». Y esta era la fe y la esperanza con la cual podían vivir.
Hoy tenemos a Jesús que, aún sabiendo que los griegos preguntaban por él, comienza a hablar y nos deja un discurso donde parece resumir lo más importante de lo que significa seguirlo, vivir con él, y lo que él debe padecer para ser glorificado. Se compara con un grano de trigo que debe morir para dar fruto y nos muestra también su humanidad al no querer pasar por el mal trago que le espera. Sin embargo, acepta lo que su Padre le pide, porque así se ha de mostrar al mundo el amor profundo que Dios tiene por nosotros.
¿Y cómo entendemos esto? Creo que Cristo hace es un llamado a la plenitud. Él nos enseña el camino y es el que encabeza esta marcha hacia la felicidad, y nos está invitando a poder disfrutar de esta alegría y eso supone aprender el verdadero sentido de nuestras vidas. Y lo descubrimos cuando leemos en sus palabras que el grano de trigo debe morir para dar frutos. Pero no sólo nos está hablando de una muerte física, sino de todo aquello que no nos deja vivir una vida más plena. Si somos egoístas, mezquinos, o sólo atendemos a nuestros sentidos, no hacemos más que encerrarnos en nosotros mismos, en una existencia biológica caduca, y al final somos granos que jamás se abren para dar vida. En cambio si somos capaces de dejar de pensar sólo en nosotros, entonces todo es posible.
Nos dice que su Gloria consiste en el amor que se manifiesta al aceptar y entregar su vida. Y nos invita a disfrutar de su Gloria, la cual alcanzaremos cuando entendamos que el cielo, más allá de nubes, ángeles y un Dios sentado en su trono, es el culmen del amor que podemos vivir. Así llegamos a lo máximo, a lo perfecto de lo que somos. Y eso se logra cuando entendemos que hay que llegar al grado de amor de Dios. Eso es lo que quiere Jesús, que seamos perfectos como el Padre del cielo es perfecto. No porque no tengamos errores o equivocaciones, sino porque somos capaces de llegar a dar la vida por amor. Cosa que se comienza a hacer cuando aprendemos a resignar nuestros caprichos e intereses personales, en favor del hermano que tenemos a nuestro lado, en favor del bien común. Surgen entonces algunas preguntas: ¿Hasta dónde hemos sido capaces de amar? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar con tal de asemejar nuestro amor al amor de Dios? Esa es nuestra gloria, nuestra vida eterna, nuestra felicidad, que se disfruta desde que comenzamos a amar.
También en estas palabras de Jesús, descubrimos que el seguimiento es decisivo, y nos pide hacer lo mismo que él. Si decimos vivir con Dios, entonces llegaremos donde él está. Y es el mismo Cristo que nos enseña cómo se logra hacer su camino, viviendo él mismo lo que predicaba. Aquí es donde retomo a Martin Luther King, no porque sea más grande que Jesús, sino porque ambos vivieron como predicaron y lucharon para que la felicidad no sea patrimonio de unos pocos, sino de todo aquél que quiere sumarse. Así soñaron, así hicieron realidad el cambio. Y en esto, si decimos sí, tenemos la certeza de que el mismo Cristo va a estar con nosotros y nosotros con él.
Martin Luther King, entre muchos en la historia, puede ser un ejemplo de que es posible luchar por un ideal, por una causa noble y trascendente. Él decía que «si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir». Y es lo mismo que ya nos había dicho Jesús: Haciendo, viviendo, muriendo, como él lo hizo, llegaremos al culmen del amor, es decir al cielo. Nuestra razón, el por qué morir, no puede ser otra que el amor por el amor mismo.
King buscaba la libertad y la igualdad interracial, Jesús el amor, la felicidad, la plenitud y quiere que nos unamos a él para poder disfrutar todo aquello. Por eso al ser elevado atrae a todos hacia él, porque la cruz llega a ser la expresión máxima del amor de Dios. Y esta también puede ser nuestra plenitud, nuestra gloria, nuestro cielo, como lo fue de Cristo. ¿Por qué causa seremos capaces de morir? ¿Es Dios la razón de nuestra vida y de nuestra muerte?
Al final, si es como cuenta el evangelio, parece que los griegos se quedaron esperando conocer personalmente a Jesús, aunque si escucharon y entendieron lo que el Hijo de Dios les dijo, seguramente comprendieron que no sólo para los judíos, sino para todo aquél que acepte a Cristo en su vida, como también podemos nosotros, es posible una vida nueva, una vida eterna. ¿Qué decidimos? ¿Con qué nos quedamos? ¿Con lo caduco que puede llegar a ser el amor humano o con el infinito amor de Dios?