Ciclo B – Domingo XVII Tiempo Ordinario
Juan 6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer? » Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente? » Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo». Jesús, sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
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“In Time” es una película futurista, situada a finales del siglo XXI. El argumento es el siguiente: El tiempo reemplaza al dinero como moneda de cambio. Todo el mundo tiene un aspecto joven, porque a los veinticinco años de edad se detiene el envejecimiento y a cada persona se le da un año más para vivir. Y la gente se muere, a menos que rellene el reloj que tienen implantado en el brazo bajo la piel. A los trabajadores se les paga con minutos de vida y ese tiempo es el que se utilizan para comprar lo que necesitan. Si se atesoran muchos minutos, horas o años, se puede vivir eternamente. Y más de dos mil años antes, el Evangelio nos trae el mensaje de Jesús que dista mucho de aquél escenario, aunque ya entonces presenta una problemática similar a la del film.
Hoy nos encontramos con el episodio de la multiplicación de los peces y los panes. Y a todos nos llama la atención lo que sucede. Dar de comer a tanta gente con tan poca comida, no deja de ser un auténtico milagro que, en principio, sólo Dios, sólo Jesús, puede hacer. Los apóstoles colaboran, aunque también es necesario el aporte del niño que entrega lo que después se multiplicó.
Si repasamos el texto de Juan, él nos presenta dos opciones ante Jesús: Felipe hace cálculos con doscientos denarios (podemos suponer que era una opción viable) y Andrés ofrece lo que el niño llevaba. Y Cristo, sin dudar, elige los pocos peces y panes, aun sabiendo que el dinero era una suma considerable, ya que se calcula que esa cantidad equivalía a más de medio año de salario. Y aquí es donde creo que tenemos que detenernos y tratar de entender, no el milagro, sino el porqué de esta elección.
Si nos fijamos, seguimos teniendo los mismos comunes denominadores que en aquél momento del Evangelio: El dinero y lo que poseemos. Eso no ha cambiado, aun a pesar de lo que el mundo ha evolucionado. Hay quienes tienen para comer en abundancia y otros que pasan hambre. Pero en este caso, creo que Jesús no está denunciado la división entre ricos y pobres, aunque se pueda hacer una lectura de este tipo, sino que está haciendo un llamado mucho más elevado, y eso lo podríamos titular: Llamado al saber compartir.
Antes les contaba acerca de aquella película, “In Time”, donde el tiempo que uno posee es el dinero que tiene para vivir. Y en el film vemos cómo la gente va corriendo de un lado a otro, para aprovechar más su tiempo, la vida. Y surgen entonces, los robos de tiempo entre personas, porque se pueden pasar las horas de una a otra. Todos quieren más y más tiempo, que podríamos decir más y más dinero, para vivir eternamente. Y por supuesto hay uno que tiene un milenio guardado en una bóveda, para él y los suyos, aunque otros se mueran por falta de tiempo.
Y les traigo esta película, porque me parece que tanto en el pasado, en el presente, como en el futuro, seguimos en un mismo esquema. Acumulamos para poder vivir mejor y muy poco hemos aprendido a compartir como Jesús nos enseña hoy. No podemos quedarnos con lo romántico del relato y suspirar por la grandeza de Dios que da de comer, sino que tenemos que aprender a realizar el mismo gesto que hizo Cristo, si de verdad queremos hacer honor a nuestro ser cristianos. Es que decir que somos hijos de Dios y seguidores de Cristo y no saber compartir, nos convierte en mentirosos.
¿Se imaginan cómo quedaría el mundo si de verdad compartiéramos con los demás lo que tenemos? Y para nada estoy hablando de comunismo, porque ya sabemos dónde nos puede llevar esa ideología, pero sí estoy convencido de que habitaríamos en un lugar muy distinto al que tenemos entre manos. Pero, para poder llegar a tal cambio, hace falta algo que es imprescindible: Ser seres trascendentes, místicos si quieren, espirituales tal vez. Porque para poder darlo todo hace falta poder mirar al cielo y buscar otros valores más grandes que los tesoros, que el tiempo o el dinero. Riquezas que no se acaban y que suelen tener que ver con Dios.
Además, creo que también se nos está diciendo que no vale, no sirve, que aquellos que tienen hambre sólo aprendan a ser alimentados por otros. De hecho, vemos en la Palabra de Dios que rápidamente quieren hacer rey a Jesús, pero éste se aparta, se va a la montaña, porque no quiere ser rey y no quiere que aquella gente aprenda mal. Porque el camino fácil es poner arriba al que alimenta a los de abajo y así todos arreglados. Esto no lo quiere Dios, porque todos somos capaces de aprender a compartir y hacernos “alimentadores” de otros.
Sí, habrá que darle de comer al que está muriéndose de hambre, y a eso no podemos ser indiferentes, pero el hambriento, una vez restituido en sus fuerzas y dignidad, tiene que aprender a compartir lo que posee.
Por último, debemos recordar que la salvación, el cielo, no se compra. De nada nos servirán los méritos acumulados si no hemos aprendido a dar todo lo que tenemos, aunque sólo sean cinco panes y dos pescados, para que otros puedan vivir.