Incomprendido

don de DiosMateo 19, 30—20, 16
Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: «Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo». y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: «¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?» Ellos les respondieron: «Nadie nos ha contratado». Entonces les dijo: «Vayan también ustedes a mi viña». Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: «Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros». Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: «Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada». El propietario respondió a uno de ellos: «Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿O no tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
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Aarón Loewenthal […] era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones […]. Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así […]. Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello.

Este es un pequeño fragmento de un cuento de Jorge Luis Borges, titulado Emma Zunz. Lo traigo a colación para evidenciar, junto al evangelio, lo incomprendido que es Dios, lo que nosotros (tal vez no todos) creemos de él y lo que en verdad es el Señor del Cielo, padre de Jesús de Nazaret y padre nuestro.

Tenemos a Jesús que nos presenta la historia del dueño de una viña que contrata gente para que te trabaje en su campo, y lo hace en distintos momentos del día. El problema se presenta cuando hay que pagar el jornal. Hay trabajadores, los que fueron contratados por la mañana, que se quejan de recibir lo mismo que aquellos que sólo se esforzaron una hora. Los sindicatos de hoy, sin duda, habrían salido a cortar alguna calle, con tal de hacer justicia y exigir una mejor remuneración a los que más trabajan. Sin embargo, con la ilógica del dueño del campo, se resuelve el conflicto.

Está bien pensar el relato de hoy relacionado con Dios, dueño del campo, y los trabajadores que somos nosotros. Tiene que ver con el Reino del cielo y quiénes, aceptando trabajar en la viña, antes o después, reciben la recompensa prometida. Diríamos, sin dudar, que los que han sido buenos y trabajadores, al final se van al cielo. Esto último condice mucho con nuestra concepción de la religión, de Dios y la salvación. Esquema que no deja de estar, totalmente, de acuerdo con el modo de entender y presentar a Dios del Antiguo Testamento. Sí, aún somos veterotestamentarios.

Hay una pregunta que deberíamos responder con total honestidad: ¿Creemos que Dios distribuye a cada uno según su obras? Es decir, el Señor recompensa a los que se portan bien y los malos obtienen el castigo. Aunque podamos decir que no estamos muy seguros de que esa sea la forma del obrar divino, al menos, con aquel esquema nos quedamos tranquilos, porque se hace justicia. No puede ser —decimos— que los malos, además de que parece que triunfan en esta vida, también terminen yendo al paraíso.

Sin embargo, por el desenlace de lo que cuenta Jesús, hoy podríamos pensar que Dios da lo que quiere a quien quiere, porque es bueno y no sirve que protestemos, aunque creamos ser trabajadores del Señor desde muy temprano. Nos guste o no, muy lejos de lo que entendemos por justicia, Jesús nos está presentando la esencia de lo que es nuestro Padre del cielo.

Antes les traje un pequeño fragmento del cuento de Borges, especialmente pensado porque en pocas líneas refleja, según entiendo la realidad del cristiano, el modo en que nos movemos con Dios. Por un lado, un poco más un poco menos, hacemos pactos con el Señor. A cambio de algún sacrificio personal queremos obtener un milagro, una recompensa. Y por otro lado, siempre nos convencemos de que nuestra manera de juzgar y hacer justicia debería coincidir con la forma de obrar de Dios. Tal vez por eso, muchos, cuando él no hace lo que se cree justo, terminan enojados con el Señor, y el injusto pasa a ser Dios.

Los contratos, me atrevo a decir, no valen con Dios. El negocio no tiene cabida, y no la tiene porque la moneda de cambio divina es muy distinta a la nuestra. Dios es amor y con ese tamiz actúa. Además de que la lógica divina, para el ser humano es más bien ilógica. Y es verdad que para nosotros, los pactos con Dios son una manera de comprometernos, para dar garantías de que se producirá un cambio, si hay milagro. Aunque nos cueste creer, Dios hará lo suyo, aunque no haya promesa. Sólo hace falta pedir, convencidos de que él nos lo concede porque nos ama. ¿Y esto por qué? Porque Dios (probablemente otra gran diferencia con el ser humano) cuando da, lo da todo, así hayas llegado antes o después. Él no se fragmenta, se da por completo; es el denario para cada trabajador, independientemente de la hora en que empezó a trabajar.

Creo que lo largo de la historia, la Iglesia ha fomentado, sin querer, el negocio de lo divino. Si cumplimos la penitencia, entonces somos premiados. O al revés. Hemos sido premiados con el perdón, por lo tanto hay que pagar con una penitencia. Incluso, siempre se nos ha dicho que «si nos portamos bien, entonces iremos al cielo», el gran regalo de los niños buenos. La religión se ha vuelto una vil transacción.

Y si hablamos de justicia, diría que es un diálogo entre extranjeros que no siempre tienen traductor para entenderse. La justicia humana aveces puede llegar a coincidir con la justicia de Dios. Pero hay que tener en cuenta que el Señor juzga desde el amor, cuestión que las personas no siempre llegamos a hacer y a entender completamente.

Probablemente la mayor enseñanza de hoy sea lo que Jesús revela: Dios ama, se da por completo y nosotros, si queremos ser de él tendremos que aprender e imitar su forma de ser. Y dejarnos de preocupar si nos merecemos más o menos cielo. Eso, por haber amado, llegará. Contrariamente, si no asimilamos esto, Dios seguirá siendo un incomprendido.

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