- by diosytuadmin
Mateo 4, 1-11
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: «El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra»». Jesús le respondió: «También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto»». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
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En el 2008 Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman (este último, fallecido hace poco tiempo) nos presentaron una fabulosa película: La Duda. La historia nos cuenta acerca de la sospecha -la duda- que la hermana Aloysius (Meryl Streep) tiene sobre el comportamiento del padre Flynn (Philip Seymour Hoffman) con un niño negro del colegio, donde el sacerdote es capellán. La religiosa concluye que el consagrado ha abusado de aquél estudiante y actúa en consecuencia. Todo bajo la luz de las conjeturas, suspicacia y desconfianza que tiene esta monja directora de la escuela. Esto la lleva incluso a mentir, con tal de sacar la verdad que, supuestamente, tiene que confesar el cura. Con esta escena de fondo, podemos adentrarnos en la reflexión del evangelio de este domingo.
Evidentemente, después de leer la Palabra de Dios, lo primero que podemos pensar es cómo Jesús salió airoso de las tres tentaciones que le hace el demonio. Todo después de cuarenta días de ayuno en el desierto, por parte de Cristo. Un escenario muy distinto al que presenta el film citado, pero que, a mi entender, tienen algo en común. que no son las tentaciones en sí, sino la duda.
Si hablamos de tentaciones, en primera persona, creo que sabemos de qué se trata. Algunas parecerán más inocentes que otras. Y si caemos, sean del tipo que sean, siempre encontramos justificativos, para entender por qué terminamos haciendo aquello que sabemos que no debemos. Pero lo cierto es que, al igual que Jesús, nos toca pasar por momentos similares a los sucedidos en aquél desierto del evangelio, aunque a veces con un final diferente. Entonces se hace verdad eso que afirmamos con rotundidad: Cristo se hizo en todo semejante al hombre, menos en el pecado. Y claro —agregamos— él era el Hijo de Dios y pudo zafar de caer en la tentación. Sin embargo, tenemos que llegar a entender que, como le pasó al Nazareno, también nos puede pasar a nosotros. Es posible salir victoriosos ante la oferta de lo que está mal. Él, como verdadero hombre que era, pudo haber cedido ante las propuestas malignas, pero no lo hizo, y no porque tuviera “coronita” divina. ¿Por qué entonces?
Si nos fijamos en la primera lectura, recordamos cómo Eva, y después Adán, sucumben a la tentación de la serpiente. Y ese esquema se ha repetido hasta nuestros días. Somos tentados a comer el fruto prohibido y, cuando caemos, lo hacemos por la misma razón que lo hicieron aquél primero hombre y aquella primera mujer: Porque dudamos.
La película citada, evidentemente, nos habla de lo que le pasa, análogamente, a los que dudan. La monja del film termina convirtiendo en un caos toda la relación con el sacerdote, el niño y la madre de éste; además de quedar ella misma confundida por lo que ha sucedido. Y eso es lo que pasa cuando dudamos y caemos en la tentación. A Adán y a Eva se les complicó la vida y a nosotros nos pasa algo parecido. Aquellos del relato del Génesis desconfiaron -dudaron- de lo que Dios les había dicho. Y prefirieron hacer eco a su ego y mordieron la manzana, con la esperanza de volverse dioses. Lo mismo nos sucede a nosotros: Dejamos de confiar en Dios para pasar a tener más fe en nosotros mismos y en lo que creemos que lograremos si cedemos a lo que nos está tentando.
En el caso de Jesús, vemos que él no duda de lo que sabe de su Padre, y no necesita constatar que son ciertas las promesas que este ha hecho. Vemos que Cristo, en cada respuesta que da a las propuestas del maligno, reafirma que su única esperanza, en quien pone toda su confianza, es Dios Padre. No deja lugar a la duda que quieren sembrar en él. Y este es el punto al que tenemos que poner mayor atención.
Es que cada vez que somos tentados, dudamos de ser lo suficientemente fuertes para rechazar la-propuesta-no-santa. Y esto, no porque tengamos que creer que somos una especie de superhéroe imbatible ante cualquier tentación, sino porque estamos convencidos de la fuerza, de la Gracia de Dios que actúa en nosotros. Ésa tiene que ser nuestra confianza y esperanza. No podemos dudar de esto, de lo contrario caeremos a la primera de cambio.
Por ejemplo, la Gracia de Dios sumada a la decisión personal de ser fieles a la palabra dada, como sucede entre los esposos o los novios, a veces tambalea. Llegan nuevas ofertas, o posibilidades, y nos entra la duda: ¿Será que puedo ser más feliz con esta nueva persona que llegó, o que busqué? —nos preguntamos. Empezamos a dudar de que la felicidad que estamos construyendo, hasta ahora, sea la verdadera. Y si sucumbimos, entonces todo se vuelve un caos. Lo mismo nos puede pasar con otros temas como el dinero o el poder. La ambición desmedida por tenerlos es el reflejo de la desconfianza que tenemos de poder vivir con memos.
Finalmente, pera evitar la tentación, será bueno tomar recaudos, hacernos fuertes para enfrentarla. De nada sirve andar escondiéndose. Pero sobre todo, habrá que empaparse de la Gracia de Dios, para no dudar de que mejor es lo bueno, es decir Dios. Hay que confiar en Él y no dudar de que a su lado seremos más felices.