Literal

Entre el cielo y la tierra

Juan 6, 51-59
Jesús dijo a los judíos:«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.El que coma de este pan vivirá eternamente,y el pan que Yo darées mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede damos a comer su carne?»
Jesús les respondió: «Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombrey no beben su sangre,no tendrán Vida en ustedes.El que come mi carne y bebe mi sangretiene Vida eterna,y Yo lo resucitaré en el último día.Porque mi carne es la verdadera comiday mi sangre, la verdadera bebida.El que come mi carne y bebe mi sangrepermanece en míy Yo en él.Así como Yo,que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,vivo por el Padre,de la misma manera, el que me comevivirá por mí.Éste es el pan bajado del cielo;no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.
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Una de las cuestiones que da credibilidad a una noticia, o a lo que simplemente se cuenta, es citar, de forma literal, algo que ha dicho una persona. Al mismo tiempo, para excusarnos cuando nos equivocamos, podemos decir: «No, no lo tomes tal cual, en realidad no quise decir eso…». La no literalidad puede quitar peso al significado de una frase poco afortunada. Es así que, la literalidad puede jugar a favor o en contra. Según se quiera.

El evangelio de hoy nos presenta varias afirmaciones y cuestionamientos, por parte de los judíos y Jesús. Aquellos se escandalizan por lo que escuchan de éste:

¡Cómo vamos a comer su carne! –gritaban los judíos, agarrándose la cabeza– ¡Éste está loco! –añadían otros–.

Y Jesús, que no se vuelve atrás, además afirma que no sólo hay que comer su carne, sino también beber su sangre. El panorama sería bastante turbulento y, sin duda, crearía mucho malestar, o asco, entre la gente.

Aquí nos agarramos a la no literalidad, y decimos: «No quiso decirles que lo comieran, sino que se estaba refiriendo a lo que después entenderíamos por carne y sangre, que son el pan y el vino de la última cena y de cada Eucaristía». Aunque esto lo sabemos una vez visto el final de la historia de Jesús, acabada la última cena. Pero aquellos hombres que oían con atención, incluidos los apóstoles, no tenían más que la posibilidad de imaginar la literalidad de las palabras salidas de la boca de Cristo. Y si hubiéramos escuchado lo mismo, ignorando el desenlace, me parece que hubiéramos reaccionado de igual modo: ¡Qué asco este tipo! –diríamos frunciendo el ceño y apretando un poco los labios– ¡Qué se ha pensando que somos! ¡Está loco, delira y no sabe lo que dice! –continuaríamos– ¡Drogado! ¡Seguro que está drogado!

Y así llegamos a dos caras de una misma realidad, el pan bajado del cielo. Y entendemos la Eucaristía de forma Literal y no literal. Tangible e intangible. Limitada y trascendente. Humana y divina, siempre intentando dilucidar, con mayor exactitud qué es todo esto. Y si nos cuestionan acerca de lo que significa esto del pan del cielo, bien podríamos parafrasear a san Agustín y responder: «Si me lo preguntas no lo sé, pero si no me lo preguntas, entonces lo sé». Es algo que tal vez se puede explicar, con más o menos palabras complicadas, como hablar de transubstanciación, el trasvase de sustancia. Aunque en realidad, para llegar al pleno conocimiento de lo que Jesús dijo y nos sigue diciendo en este evangelio, tendremos que experimentar el ser alimentados por este pan divino. Nadie puede explicar lo que se vive y lo que produce, con exactitud y sin fisuras, si no lo ha sentido en la propia existencia. Podremos figurarnos lo que es recibir y hacerse uno con Dios en la Eucaristía, pero si no se lo ha comulgado plenamente, con el corazón abierto, se me ocurre que se asemejaría a entender, por parte de un hombre, lo que es dar a luz. Experiencia que una mujer madre sabe, sin duda alguna, lo que eso significa, pero que difícilmente un hombre llegue a entender con profundidad, por muchas palabras ilustrativas que se utilicen para explicarlo.

Si de verdad queremos tener una vida excepcional. De esas que sufren golpes, como en todas, pero que se levantan otra vez, con una fuerza sobrenatural, tendremos que tener a Dios plenamente vivo en nosotros. Si deseamos tener un corazón noble, capaz de perdonar en serio, habrá que vivir, corazón con corazón, con el mismo Jesús que promete la vida eterna si lo comemos. Será necesario, de forma literal, comer su cuerpo y su sangre, aunque en apariencia lo hagamos de forma no literal con pan y vino. Con la certeza, en forma literal, de que eso nos convertirá en otro Cristo, aunque los demás nos reconozcan visualmente de un modo no literal, como personas normales. Literalmente humanos pero al mismo tiempo divinos, que es la parte no literal de nuestra existencia verdadera.

Aquél que es humano y divino, ese ha entendido, experimentado y recibido la vida eterna. Está al alcance de nuestras manos. El pan se reparte y estamos hambrientos, me parece. Entonces ¿Por qué seguir mendigando donde sólo nos ofrecen la literalidad de un pan que no termina de saciar? Hace falta comer de este pan bajado del cielo para ir más allá de las palabras y vivir a pleno el amor de Dios. Si podemos tener a Dios: ¿Por qué conformarnos con menos? No olvidemos que Jesús quiso, y quiere, de forma literal, que comamos su cuerpo y su sangre.

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