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Primera Estación
En Domingo de Ramos, primero conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y, a continuación, nos metemos de lleno en la pasión de Cristo. Todo muy rápido y resumido. Y esto me ha hecho pensar en una frase del profeta Isaías, citada por el mismo Jesús en el capítulo quince de Mateo: «Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está lejos de mí». Mucha razón tenía, cuando vemos que aquella gente lo aclama como Bendito del Señor y, días después, los mismos, piden que crucifiquen a ese enviado de Dios. Entonces, para ir directo a lo que nos importa, nos preguntamos: ¿Qué tanto nos parecemos a aquellos de Jerusalén? ¿Con los labios honramos a Dios, pero nuestro corazón está lejos de él?
Segunda Estación
Déjenla –dice Jesús– ha hecho una obra buena conmigo. A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Es la imagen que me quedó muy marcada en el pensamiento y la imaginación. No tan solo por la idea que uno se pueda hacer al visualizar a aquella mujer ungiendo la cabeza de Cristo, sino porque estas palabras suenan a despedida, a profecía, con cierta angustia y nostalgia de fondo.
Es una profecía, porque está anunciado su inminente partida, es lo primero que podríamos pensar, y está bien dicho así. Nadie duda de que él sabía lo que iba a suceder, y así fue: Murió por nosotros. Pero, al mismo tiempo, me parece que Jesús no sólo se refería al desenlace inminente de su vida, sino también a una posible vivencia que cada uno de nosotros puede tener. «A mí no me tendrán siempre». Es lo que Jesús nos dice y, ciertamente, me parece que es una de las cosas que tenemos que reflexionar en esta semana santa.
Además, personalmente, esta frase me causa una cierta desolación y abandono, no tanto porque el Señor nos deje a la deriva, sino por lo alejado que uno puede vivir, sin Dios y en soledad. Él no nos deja, nosotros nos soltamos de su mano. Ya nos lo dijo: «A mí no me tendrán siempre». Entonces, bien podríamos reflexionar, y preguntarnos: ¿Cuántas veces estuvo, o estoy, sin Dios en mi vida? ¿Por qué razón? ¿Cómo o qué hacer para que vuelva, si es que no está?
Tercera Estación
«A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran». Otra de las sentencias de Jesús que, en principio, no es un augurio del eterno sufrimiento de los pobres, o de que Jesús quiera que los haya, para siempre. Pobres, de pobreza material, los hubo, los hay y, probable y lamentablemente, siempre los habrá, especialmente si la humanidad sigue haciendo más caso a su egoísmo que al desapego y la generosidad. Pero aquí también le doy una vuelta de rosca a las palabras de Cristo y, a mi entender, el concepto de pobreza al que se refiere él es mucho más amplio que el material. Deberíamos considerarnos pobres todos. Tenemos necesidad de los demás, especialmente de Dios. Entonces, tendremos que cuidar del que está a nuestro lado, aunque éste tenga mucha plata, porque hay muchas cosas que el dinero no puede comprar. ¿Cuántos pobre de compañía hay en estos días? ¿Cuántos carecen de un hombro dónde llorar?
Aquí encuentro una encomienda muy grande a todos los cristianos: Jesús nos pide que cuidemos de nuestros hermanos, de sangre y ajenos. Estos son los pobres que siempre van a estar con nosotros.
Cuarta Estación
Por último, y para la meditación de esta semana, hasta que lleguemos a la Resurrección del domingo, tal vez nos ayude el recordar esta imagen de Jesús abandonado en la cruz. Él dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Ese mismo Cristo, en este tiempo, y el resto del año también, nos repite las mismas palabras, por boca de aquellos que más sufren, entre nosotros. Creo que tenemos una responsabilidad muy grande, la de poder socorrer, sostener y acompañar a aquél Jesús abandonado, presente en las personas que padecen alguna necesidad, material o espiritual. Tal vez sea una buena forma de estar, permanentemente, al pie de la cruz.