Ciclo C – Domingo I de Adviento
Lucas 21, 25-28. 34-36
Jesús dijo a sus discípulos: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.
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En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de la fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.
Este poema de Jorge Luis Borges, titulado “Nostalgia del presente”, tal vez lleva nuestro pensamiento a imaginar dos enamorados, uno que habla y otro que se añora. Y claro que el evangelio de hoy no habla de este tipo de amor, sino de los tiempos de catástrofes y sufrimientos, contrarrestados con la esperanza del día de la liberación y la salvación. Y todo esto lo podríamos definir como los tiempos escatológicos, los que vendrán, los tiempos últimos de la humanidad y el universo. Pero a pesar de esta distancia entre poema y lectura, creo poder encontrar un sustento en aquel que nos ayude a profundizar la Palabra de Dios.
A su vez, hoy celebramos el primer domingo de adviento. El primero de cuatro que se presentan como camino de preparación para la celebración del nacimiento de Nuestro Salvador. Y en conclusión, podemos decir que tenemos una celebración cercana, la Navidad, y un tiempo futuro, escatológico que, desde el fe, nos impone respeto y una pregunta: ¿Qué será de nosotros? Y teniendo en cuenta este panorama, tengo la impresión de que nos situamos como en dos momentos: La memoria o recuerdo del nacimiento de Jesús y un final futuro, donde compareceremos ante el Hijo del Hombre. Sin embargo creo que todo esto se conjuga en una sola afirmación: El presente.
Aquí podríamos hacer una afirmación clara y cierta: El adviento nos prepara para celebrar la actualización del nacimiento de Jesús, que es quien nos salva, con lo cual, me atrevo a decir, los tiempos futuros también se hacen presente.
Antes repasábamos aquellos versos de Borges, y Él titula su poema “Nostalgia del presente”, lo cual parece, a priori, una contradicción, ya que la nostalgia evoca algo del pasado, y el presente es ahora. Aún así, también podemos decir que aquella nostalgia también puede ser añoranza de algo que jamás hemos tenido, o de algo que está sucediendo. Y esto tal vez lo entendamos, no desde la lógica del razonamiento, sino desde la ilógica que puede ser la vida del ser humano. Cuántos que se aman, se dicen, el uno al otro: ¿Cuándo nos vemos? Te extraño, quiero verte, mientras se tiene delante a quien es extrañado y deseado. La razón diría: Pero cómo va a decirle que quiere ver a la otra persona, si la tiene delante. En cambio, la “irracionalidad” del enamorado quiere ese momento y el que está por venir, y lo quiere ya. Por eso tal vez Borges dice, Qué no daría yo por la dicha/ de estar a tu lado en Islandia/ —para concluir: En aquel preciso momento/ el hombre estaba junto a ella en Islandia. Tal vez porque en el amor, donde vive uno vive el otro, aunque haya distancia entre los dos.
Y esto es lo que creo que también podemos encontrar en el evangelio. Un futuro que es presente, una salvación que a veces parece estar muy lejos, pero que sin embargo vuelve a suceder cuando Jesucristo nace, para luego salvarnos en la cruz. Es hoy cuando el Señor nos salva, si así lo hemos aceptados en nuestras vidas.
Sabemos que la celebración de la Navidad no es un simple recuerdo de algo que pasó hace más de dos mil años. No es un simple acto de respeto a la memoria de quien fuera el Hijo de Dios. Es una actualización, un volver a vivir hoy lo mismo que pasó en aquél portal de Belén. No podemos quedarnos sólo con la nostalgia de lo hermoso del nacimiento. Y esto, volvemos a afirmar, vuelve a ser nuestra salvación. Podríamos decir, que aquello que esperamos con cierto misterio, la liberación por el Hijo del Hombre que vendrá sobre un nube de gloria, ya sucedió y vuelve suceder. Y esto es lo que creo que deberíamos asimilar: Que este nacimiento es ya el signo de nuestra liberación y salvación, si lo aceptamos y creemos en Jesús. Es como decirle a Jesús, parafraseando a Borges: Qué no daría yo por la dicha/ de estar contigo, Jesús mío —para luego concluir: En aquel preciso momento/ estamos ya con él vivos en el cielo.
Es vivir hoy lo que creemos futuro, y para esto debemos prepararnos en este adviento, que es el camino que hacemos para encontrar a Dios que quiere y vuelve a nacer en nuestras vidas, si así lo aceptamos. Y mientras vamos, ojalá que no nos dejemos aturdir, —en palabras del evangelio— por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, que nos distraen de lo más importante: El nacimiento de nuestra salvación.