Ciclo C – Domingo II Adviento
Lucas 3, 1-6
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios».
_________________
En 1492, los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja.
Este texto de Eduardo Galeano, titulado “El descubrimiento”, de su obra “Los hijos de los días”, tal vez resulte algo curioso, o incluso algo urticante o molesto, aunque también es el modo crudo de leer la historia, y me atrevo a decir que lleva una carga de verdad ineludible. Pero no vamos a detenernos en un análisis histórico del descubrimiento de América, como tampoco vamos a hacer un análisis de los aspectos literarios del texto. Sí, con audacia, vamos a tomarlo como contrapunto para poder pensar en el mensaje del evangelio de este domingo.
Tenemos a Lucas que nos cuenta acerca de Juan, que predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Y sabemos que aquella voz en el desierto busca el cambio y la penitencia, como único modo de salir airosos ante el juicio de Dios. Pide que preparemos el camino para que nos llegue la salvación. Luego vendrá Jesús que será bautizado por aquél en el Jordán, trayendo consigo la salvación. Y, al mismo tiempo, nos enseñará otro mensaje, otro modo, el más auténtico, de conocer y entender al Señor.
A su vez, traigo en esta reflexión a Eduardo Galeano con su breve narración del descubrimiento, y lo hago porque creo que refleja un modo, no el único ni el mejor, de poder presentar a Dios y anunciar la salvación que viene de Jesús. Pareciera que lo único que refleja es un método impositivo, de culpa y castigo, el cual se corresponde con muchas maneras, no tan antiguas, de transmitir la fe, enseñar la religión y hacer conocer a Dios. Y este relato está más cerca del modo de predicación de Juan, aunque no estoy afirmando que aquél profeta quisiera quemar a quien no aceptara la salvación, pero sí me atrevo a decir que se presentaba a un Dios que, antes que amor imponía mucho respeto con algunas pinceladas de temor.
Y este es el modo en el que todavía parece que seguimos experimentando y presentando al Señor. Recordemos si alguna vez hemos hecho alguna de las siguientes afirmaciones, especialmente dirigida a los niños: “Pórtate bien, si no Dios te va a castigar”, “mira lo que estás haciendo, te vas a ir al infierno”, o, “no tienes perdón de Dios». Y podemos decir que éstas formas van más en la línea del modo de entender a Dios del Antiguo Testamento y no de la manera en que Jesús nos ha presentado al padre.
Jesús, cuando ve a aquella mujer, después de que casi la matan a pedradas por adúltera, le dice: Mujer, dónde están los que te condenaban. Se han ido, Señor —responde ella. Yo tampoco te condeno, vete y no peques más —concluye Jesús.
Y este es el contraste que hay entre aquellas formas y esta de Jesús, para comprender y conocer a Dios. Y es en Jesucristo donde únicamente podemos afirmar que vemos revelado el rostro de Dios. Y con esto no digo que lo de Juan no vale para nada, pero sí creo que deberíamos revisar y, tal vez, actualizar nuestra forma de comprender al Señor y su amor y misericordia.
Y esta es la novedad que trae, otra vez, el Niño Dios en Navidad. Este camino de adviento que estamos haciendo es el que podríamos intentar hacer de la mano del asombro y el descubrimiento del rostro de Dios. Hacia ahí vamos, hacia este encuentro de Dios con la humanidad.
Preparemos el camino, el corazón, la vida entera, para poder descubrir esto nuevo que nos trae Jesús, para que queden, las formas antiguas de entender a Dios, en el pasado y renazcamos al amor, la misericordia y el perdón del Señor, que son nuestra salvación.