Marcos 1, 12-15
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles le servían.
Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
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Otra Iglesia. Eso es lo que quiero. Dándole vueltas al evangelio de hoy, una de las conclusiones a las que llego es que quiero otra Iglesia. Huy, otro cura rebelde –podría decir alguno–, qué pensamiento más fuera de lugar –tal vez diga otro–, estos sacerdotes modernos, siempre con cosas raras para hacerse ver, si estamos bien así –a lo mejor concluye alguien–, estoy totalmente de acuerdo –es posible que uno se sume–. Pero lo cierto es que después de ver lo que hace Jesús, yéndose al desierto y llegando a la petición e invitación finales, no puedo menos que pensar en otra Iglesia.
Una Iglesia donde los cristianos sean más cristianos, en serio, es decir, más de Cristo, con todo lo que ello implica.
Una Iglesia donde los curas sean más curas, donde su principal cometido sea la cura de almas y que no se atengan sólo a aplicar los manuales y las leyes eclesiales, sino a manifestar, al menos, un atisbo de la presencia de Dios entre nosotros.
Otra Iglesia donde los buenos sean auténticos, donde se diga la verdad, donde haya una solidaridad profunda y seria. Con personas que empeñen la vida en los compromisos adquiridos delante de Dios. Una Iglesia donde los que se dicen creyentes de un Dios que es amor, lo vivan con autenticidad. Un lugar libre de fanatismos tontos e inútiles, lejos de discursos oscurantistas o temerarios y sin miedos.
Quiero una Iglesia, fresca, renovada, alegre, sobre todo alegre, que predique lo fantástico del cielo y no lo terrible del infierno, y cuando digo predicar, no me refiero sólo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, que también predican, aunque no sea desde un púlpito. Sueño con una Iglesia optimista, llena de la luz del Espíritu Santo, con fieles comprometidos hasta el tuétano, capaces de dar la vida por Dios y por los hermanos. Deseo una Iglesia más santa y verdadera, menos artificial y llena de la palabra de Dios. Y si tengo que afinar un poco mis aspiraciones, entonces al menos me quedo con lo primero: Un Iglesia donde los cristianos sean más cristianos, es decir, más de Cristo, porque ser de él es vivir en el auténtico amor a Dios y de Dios, y por consiguiente, un transformador amor al prójimo.
Por supuesto que no puedo ser injusto, porque ciertamente en muchas ocasiones y lugares se vive todo esto, con autenticidad. No estoy diciendo que estamos perdidos y que ya nada podemos hacer. Al contrario, creo que es posible. Y lo creo porque leo este evangelio y miro la historia, la nuestra, la de la Iglesia, y me encuentro que hay muchos que confirman que todo puede ser verdad, pero sólo se hizo realidad cuando alguien, probablemente después de leer este u otro episodio de la vida de Jesús, entendió que aceptar la propuesta del final de este evangelio, es hacer el mismo camino que hizo Cristo.
Para convertirse y creer en el evangelio, es necesario que atravesemos el desierto. Tenemos que ser capaces de dejar nuestra orilla y lanzarnos a caminar hasta atravesar los cuarenta días de soledad, cansancio, calor, sed, tentaciones, y llegar airosos. Cada uno tiene por delante su propio desierto, sus propias preocupaciones, fatigas y tentaciones. Hay que esforzarse para pasar por todo esto y seguir siendo de Dios. Ese es el desafío, esa es nuestra lucha, nuestra entrega, para poder decir finalmente: Sí, me convierto y creo en el evangelio. Aquí no vale saber qué hay que hacer, sino hacerlo.
Entonces: Sí, es posible que tengamos una Iglesia totalmente renovada en Dios. A los cristianos nos hace falta un lavado de cara y corazón, para no quedarnos estancados. El mensaje es el mismo, porque es de Dios, pero hay que ser capaces de volver a transmitirlo y lograr que más personas se enamoren de Dios. Y para esto, tenemos que empezar por casa, es decir, por uno mismo. Es así que habrá que decidirse a cruzar el desierto y, ciertamente, esta cuaresma puede ser un buen tiempo para empezar el cambio. Es una oportunidad que tenemos para creer y convertirnos y vivir una Iglesia nueva, auténtica, con un Cristo resucitado y nosotros con él.
Y si a alguno le entra alguna angustia, incertidumbre, intranquilidad o miedo, de cómo va a ser capaz de cambiar, convertirse, ser de Dios y vivir con Jesús Resucitado, tenga en cuenta que no está solo. A Cristo, dice la escritura, los ángeles le servían, que entiendo que para nosotros es la misma Gracias de Dios que será la que nos sostenga y acompañe.
Otra Iglesia, después de esta cuaresma, seguramente sea posible.