Ciclo C – Domingo
Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
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«Mi madre murió de muerte natural casi a los cien años [en 1975]. ¡Pobre madre! Se quejaba de que Dios la hiciera vivir tantos años. Recuerdo que, al cumplir los noventa y cinco, me dijo: “Caramba, Georgie, se me fue la mano.” Todas las noches ella le pedía a Dios no despertarse al día siguiente. Y luego se despertaba y lloraba; pero no se quejaba. Hubo una noche que seguramente Dios la oyó y se murió a las cuatro de la mañana. Mi madre fue un ser extraordinario. Mi madre fue una mujer inteligente y amable. Yo debería hablar, ante todo, de lo buena que fue ella conmigo.»
Este es un extracto de “Conversaciones con Borges”, de Roberto Alifano. Y el texto, aunque no tiene que ver directamente con el evangelio de este día, 1 de enero, Solemnidad de Santa María Madre de Dios, sí creo que nos puede ayudar a adentrarnos, no sólo en la Palabra de Dios, sino en el corazón de cada uno.
Tenemos, nuevamente, la imagen de la Virgen con José y el Niño en el pesebre. Esta vez con la visita de los pastores y la intervención de los ángeles. Y la figura que destaca es María; pieza fundamental en todos estos episodios de la historia de salvación. Ella es la Madre de Dios, la que sigue, paso a paso, la voluntad del Señor, aunque no entendiera todo lo que sucedía. Creo que, cuando el evangelio dice: «María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón», también se nos está diciendo que ella seguía adelante, aunque no supiera bien qué o por que´sucedían ciertas cuestiones, como la visita y la alabanza de los pastores, por la llegada del Mesías.
En nuestro caso, es probable que lo primero que pensamos es en el ejemplo de María para nuestras vidas. De hecho, sin faltar a la verdad, le hemos atribuido muchísimas virtudes, como la humildad, el servicio, al entrega, la generosidad y muchas más que se nos puedan ocurrir. Y a partir de ahí tenemos dos opciones: Mirarla en el pedestal y nada más, o mirarla y esforzarnos por imitar lo que alabamos en ella. Esto es una decisión libre y personal. Sabiendo que este mismo significa mirar e imitar al mismo Jesús. Si bien él es el Hijo de Dios, también es el Hijo de María, por tanto, mucho de ella está presente en lo que él es. Como nosotros, que reflejamos lo que fueron nuestros padres. De cada madre, los hijos son su reflejo.
Antes citaba aquél episodio en la vida de Borges. Probablemente muy común para muchos que ya han vivido y han acompañado a sus madres hasta el último momento. Y si bien llama la atención, por ser parte de la historia de un escritor tan universalmente conocido, me imagino que cualquiera de nosotros podría hablar, de forma similar, de la propia madre. Un poco más, un poco menos, podemos decir que nuestras madres eran o son extraordinarias, amables, inteligentes y que eran o son buenas con nosotros. También sería bueno poder afirmarlo de cada uno los que somos hijos, ya que venimos de tales genes. Y aquí es donde damos el salto, por todo lo bueno que podemos expresar de la Madre de Dios, madre nuestra también, y por lo tanto hacernos conscientes de dónde venimos y cómo tenemos que actuar en consecuencia.
Y actuar en consecuencia, probablemente, tenga que ver con hacer lo mismo que María: Aceptar la voluntad de Dios, recibirlo en nuestras vidas, entregarlo generosamente y saber “guardar y meditar en el corazón” lo que nos suceda, aunque no lo entendamos. Y al mismo tiempo, volvernos madres, que saben cuidar, escuchar, acompañar y hacer el bien a los demás, porque esa es nuestra misión, nuestro ser más auténtico, porque venimos de una Madre y de un Padre que lo que más y mejor hacen es amar.
¡María Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros en este año 2016 y que cada día nos parezcamos más a vos!