Ciclo C – Domingo III del Tiempo Ordinario
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
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Provengo da una familia cristiana. Mi fe ha nacido en mi familia. Mis abuelos eran muy religiosos. Mi madre, mis hermanas y yo rezábamos siempre antes de irnos a la cama. Recuerdo el periodo de la guerra. Durante esos años terribles rezábamos el rosario. Estábamos todos muy impresionados. Me veo de nuevo, medio dormido, respondiendo a los Ave María de mi madre. Siempre hemos sido religiosos. Los domingos íbamos a misa y comulgábamos.
Esto es lo que respondió, acerca de su fe, Ennio Morricone, gran músico y compositor, autor de la banda sonora de más de 400 películas, entre las que se encuentran: “El bueno, el feo y el malo”, “Cinema Paradiso”, “Los intocables” o “La misión”. Y claro que podría ser la declaración de cualquier hijo de Dios, pero llama la atención que un hombre tan famoso hable de su creencia y religión. Y el evangelio nos presenta un episodio de la vida de Jesús, en la sinagoga, donde también hay una declaración clara y precisa.
Que Jesús, delante de los miembros del templo, dijera que el pasaje de Isaías se había cumplido ese día, era presentarse delante de todos como el Ungido de Dios y, evidentemente, esa era una osadía que nadie se atrevía a realizar. Sin embargo, Cristo no duda en decir o hacer lo que cree necesario. Hace un camino, movido por el Espíritu de Dios, y actúa en consecuencia.
Nosotros, tranquilamente, podríamos quedarnos en la sorpresa y admiración de la vida del Hijo de Dios y nada más, o ver qué nos toca de todo esto, en qué nos afecta como Cristianos. Y en esto último descubro lo más interesante y desafiante, ya que parece que nuestra religión, en gran parte, se ha quedado en el saber sin hacer. Sabemos qué dice Dios, qué nos pide, y sin embargo pareciera que nuestra vida de fe, en mucha ocasiones, se resume a unas prácticas piadosas y poco más.
Antes citaba a Ennio Morricone y su declaración de fe, pero bien podríamos decir que hasta ahí no hay nada de extraordinario en lo que dice, porque podría ser la historia de cualquier persona creyente. Sin embargo, él mismo agrega: “Un hombre creyente es una persona honesta, altruista, respetuosa de Dios y del prójimo. Amar a los otros, aunque la palabra amar puede parecer fuerte, pero es así. Esto es importante. Yo pienso verdaderamente en el bien de los otros, que mi modo de actuar no cause el mal en el prójimo. Es perfectamente normal para mí hacer algo por respeto a la persona con la que me encuentro”. Y esto ya nos llama un poco más la atención, porque no sé si todos los que creemos afirmamos con total rotundidad lo que él dice. Y esto lo traigo, no porque sea este señor el más o el mejor cristiano, sino porque deseo resaltar lo que él ha comprendido como camino o misión, lo cual se vuelve su modo de ser y de vivir.
¿Estamos convencidos del mensaje de Jesús y actuamos de igual modo que él? De esto creo que trata el evangelio de hoy. Él dice que lo que afirma el profeta Isaías se cumple en su persona. Nosotros, me parece, deberíamos aspirar a decir lo mismo. Porque también tenemos a Dios en nosotros. Su Espíritu es el que nos habita y, en consecuencia, el que nos debería empujar «a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». ¿Qué o cuánto hacemos de todo esto? Y no vamos a tomar la literalidad de las palabras, pero sí creo que podríamos reducir todo en una sola afirmación: Deberíamos amar y hacer el bien a las personas, a todas, como lo hace Dios.
¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús? Sabemos que, a pesar de las contrariedades, Cristo siempre amó y salvó al ser humano, y nosotros no necesitamos ser exactamente él para amar. Podemos imitarlo desde lo que somos. Cualquier estado de vida es compatible con lo que él nos propone; desde músicos o compositores, a médicos, albañiles o artistas. Siempre que así lo decidamos podremos aspirar a decir, con Jesús: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Tenemos que ayudar, facilitar, o crear las condiciones para que todos encontremos la libertad y la salvación de Dios.