- by diosytuadmin
Ciclo B – Domingo III Pascua
Lucas 24, 35-48
Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Porqué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que Yo tengo». Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, Yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».
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«Sister Act» es el título de una película protagonizada por Whoopi Goldberg. En Argentina, al film se lo conoce como «Cambio de hábito» y en otros países como «Una monja de cuidado”. Y nos cuenta la historia de una cantante nocturna de Las Vegas que, al ser testigo de un asesinato, es custodiada por la policía, y para esto la refugian en un convento de monjas. Allí, Deloris Van Cartier (Whoopi Goldberg), la protagonista, no sólo tiene que parecer una hermana más, sino también vivir como ellas, a pesar de que su vida era totalmente opuesta, en formas y costumbres, a la de una monja de convento. Y el Evangelio de hoy, salvando las distancias, también nos está revelando un cambio profundo, suscitado por Jesús Resucitado.
Tenemos nuevamente la escena de los discípulos reunidos, escuchando lo que los de Emaús le contaban acerca de haber visto al Resucitado. Y Jesús se aparece en medio de ellos. Aquellos no lo pueden creer y éste les da pruebas de que no es un espíritu, sino que verdaderamente es el mismo Cristo. Sienten temor y alegría y están admirados aunque se resisten a creer. Es un ida y vuelta de experiencias que marcan el inicio de un cambio profundo. Por fin comenzaban a entender el significado de Jesús Resucitado y cobraba sentido lo que su maestro les había enseñado.
Entonces llegamos al punto en que Cristo les explica qué debía suceder a partir de allí y que son ellos los que deben anunciar la vida nueva para el que cree en el Hijo de Dios. Y hoy, con el texto de Lucas, se nos vuelve a abrir el entendimiento para recordarnos qué significa la Resurrección y qué debemos hacer a partir de la Pascua.
Resurrección es encontrar la Vida Eterna, pero no podemos ser tan cortos de entendimiento y pensar que nos referimos a la pervivencia del cuerpo biológico, aunque sea esto lo que más deseamos. Si nos dicen que no vamos a morir nos ponemos contentos, porque nuestro instinto de supervivencia es muy fuerte. Pero Jesús está ofreciendo una vida eterna diferente, que comienza cuando empezamos a creer en él. Y creer significa confiar en Dios y abrazar su modo de ser, lo cual implica querer amar como Él ama. O también podríamos decirlo de otro modo: Es dejar todo aquello que no es de Dios, lo cual resumimos bajo un concepto: El pecado.
Estamos llamados a hacer manifiesto el amor de Dios, lo cual podremos lograr, únicamente, si lo experimentaos en nuestras vidas.
El pecado es el no-amor, ni a Dios ni al prójimo. Podríamos decir que es sinónimo de muerte. El pecado puede terminar con la verdad, con el amor, con la confianza, con la fe, con la honestidad, con la humildad, con la entrega, con la generosidad, con la paz, con la justicia, con la libertad, con la alegría, con la esperanza, con la inocencia. Y estos valores son sinónimos de Dios, el cual es vida, vida eterna. Luego, no podremos tener verdadera vida, mucho menos vida eterna, si no tenemos a Dios. Y no tener a Dios es vivir en lo que él-no-es, es decir, en el pecado y eso es estar muertos, y por consiguiente no ser eternos ni resucitados.
Antes traíamos a la memoria la película «Sister Act». Y vemos que para la protagonista, el envolverse en una nueva forma de vivir la lleva a un cambio profundo en su vida. Descubre otro mundo, otra felicidad. Y, si me permiten la comparación, es lo que descubrieron los discípulos con Jesús y Jesús Resucitado. Hay una nueva forma de vivir, de ser felices. Una forma de vida que no acaba con la muerte, sino que perdura aún después de pasar, como Cristo, por la cruz.
Y en nuestro caso no puede, no debería, ser diferente. Hoy Jesús se presenta y nos termina de enseñar su vida habiendo vencido a la muerte. Y con él, si lo aceptamos en nuestro corazón, si hay un cambio profundo, un “cambio de hábito”, dejando aquellos que nos aleja de Dios, seremos vencedores de la muerte, del pecado, y así tendremos vida eterna.
No podemos pensar que la Resurrección es nuestra salvación porque vamos a vivir, biológicamente, para siempre. La resurrección es mucho más que eso y, tal vez, por eso nos cuesta entender lo que significa verdaderamente. Pero la mejor manera de comprender es empezar nuestro cambio profundo de vida. Y no creo que sea necesario meternos en un convento, como en la película.
Hay que volver a Dios, cambiar el rumbo si es necesario, para dejar de matar ilusiones, amores, progreso, o la vida misma. Y comenzar a anunciar que vivir con Jesús Resucitado es hacernos uno con él y por lo tanto ser poseedores de la vida eterna, desde ahora. Porque el que ama, verdaderamente, como nos ama Dios, entonces se vuelve eterno porque se hace uno con el Señor.