Ciclo C – Domingo XVI Tiempo Ordinario
Lucas 10, 38-42
Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
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Para reflexionar acerca de este evangelio, tal vez nos puede servir como punto de partida, la película Invictus. Ésta nos cuenta acerca de cómo el Presidente Nelson Mandela se alía con el capitán de los Springboks, el equipo de rugby Sudafricano, para ayudar a la unidad del país. Y esto supuso un gran cambio en el orden social de Sudáfrica. Así entonces, con este escenario, creo que podemos pensar en la Palabra de Dios de este domingo.
Tenemos a Jesús que llega a la casa de Marta. María, hermana de aquella, se sienta a los pies del recién llegado, para aprender lo que éste tiene que decirle. La dueña de casa se afana con los quehaceres del hogar y se queja de que su hermana no le ayuda. Cristo, que no se enfada con Marta, ni la critica por hacer lo que hace, sí deja claro que María eligió la mejor parte y que no le será quitada.
Aquí podríamos sacar a la luz algunas conclusiones rápidas y ciertas, como que la escucha contemplativa de la Palabra de Dios es prioritaria. También podríamos agregar que la acción es la otra cara de la moneda. Y si bien esta dualidad, casi contrapuesta, de acción y contemplación se sostiene como explicación de este evangelio, creo que el mensaje que nos trae Lucas es mucho más profundo y trascendente. Está muy bien decir que reflejamos dos facetas, pero no nos podemos conformar sólo con eso y evaluar dónde nos situamos; si en el lugar de Marta o en el de María.
Jesús, no sólo en aquél momento, sino hoy también, nos está dejando un mensaje muy directo a la Iglesia entera. Y lo primero que podemos tener en cuenta es la igualdad que Dios quiere. Esto se desprende de la escena que el evangelista relata: María está sentada a los pies de Jesús. Aquél lugar, según las tradiciones de la época, estaba reservado para los discípulos, es decir, para los hombres. No para las mujeres. Sin embargo, Cristo deja, y quiere, que María ocupe ese sitio. Además, defiende esa situación y no quiere que cambie. Marta, por otro lado, es la que está correcta y socialmente bien ubicada. Sabe y cumple con el rol que le toca: El de la mujer. Debía atender al visitante y su función era ocuparse de los menesteres del hogar. Esto último, seguro que lo estamos calificando de machista. Y lo es. Pero la sociedad de aquél entonces funcionaba –y funciona, me parece– de ese modo. Y en esto vemos que Jesús respeta ese orden social, pero al mismo tiempo amplia las posibilidades que, en este caso la mujer, podía tener. La pregunta que surge entonces es: ¿Todavía seguimos viviendo, en alguna medida, en aquél esquema de vida social y religiosa?
Nosotros, cristianos, como Iglesia, no podemos menos que pensar en nuestro orden social, civil y eclesiástico. Creo que deberíamos repensar, si es necesario, muchas de nuestras formas y posturas y buscar una igualdad real, querida por Dios. Y aquí entran tantos temas como podamos imaginar: Igualdad de oportunidades, de justicia, de acceso a los servicios públicos, igualdad racial, igualdad entre varón y mujer, igualdad social, igualdad eclesial. Y esta es una de las tareas y misión que tenemos los bautizados: Que esto se haga realidad.
Aquella película, Invictus, hace referencia a la capacidad, tal vez única, de Nelson Mandela, para lograr la unidad del país. Él logra salir del encierro de una clase social y mirar más allá. Busca el perdón entre los blancos y los negros, para fundar sobre él un nuevo orden social. Si aquél presidente, como muchos políticos, sólo se hubiera abocado a defender a los de su clase, a los negros, nunca hubiera logrado superar el Apartheid. Y en nuestro caso, teniendo en cuenta el evangelio de este domingo, deberíamos escuchar la voz de Jesús, y comprender lo que desea. Quiere que aprendamos a superar nuestras diferencias, y que busquemos y defendamos una verdadera equidad. Esto requiere considerar al otro como una persona en igualdad de condiciones. Y si no las tiene, debemos dárselas y mantenerlas.
Entonces lo siguiente, tal vez sea pensar en casa, en nuestra Iglesia. ¿Qué orden establecido tenemos dentro? ¿Hombres y mujeres siguen teniendo un rol definido e inamovible? Hace poco, en el mes de mayo de este año 2016, se creó una comisión para estudiar la posibilidad de que las mujeres puedan volver a ser diaconisas en la Iglesia, tal y como lo fueron en el pasado. Y ojalá éste sea el inicio de un camino nuevo. Nuestra Iglesia necesita renovación y actualización en el modo de llevar el amor, la palabra y la esperanza que surgen de creer en Dios. No podemos quedarnos con hay pocas vocaciones masculinas para el sacerdocio. Las mujeres también pueden y deberían poder sumarse a este servicio. Al menos aquellas que se sientan llamadas a hacerlo. ¿Acaso no son también hijas de Dios, bautizadas, y por lo tanto profetas, sacerdotes y reyes? Tal vez deberíamos utilizar el género femenino y decir sacerdotisas, profetas y reinas. Todo fruto de la Gracia recibida en el bautismo. ¿O acaso reciben las mujeres un bautismo diferente?
Sabemos que hay suficiente fundamentos bíblicos y teológicos para decir «no» a esa posible realidad, como se ha sostenido hasta ahora, pero es algo que, tal vez, debería replantearse. La Iglesia, si quiere dar respuesta a la realidad de esta época, debe también buscar su mejor posición, su mejor y renovado orden eclesial, con tal de poder superar las barreras de la desunión y el desamor.
Queremos un mundo nuevo, fundado en la Palabra de Dios. Entonces habrá que empezar por la mejor parte, la de María, y sentarse delante de Dios para escucharlo, para aprender de él, para descubrir los caminos que quiere que andemos. Y después habrá que convertirse en Marta, dejando de ser sólo María, y actuar. Y para lograr que esto sea realidad, en palabras de Nelson Mandela, la Iglesia entera, es decir nosotros, poniendo la confianza en Jesús, «tenemos que superar nuestras propias expectativas».
Muy bueno Eduardo Ojalá podamos ir en ese camino
Gracias, Pablo!
¡Que Dios te bendiga!