Utopía

UtopíaJuan 10, 1-10
Jesús dijo a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz». Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia».
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En una conferencia, un estudiante le pregunta al expositor: —¿Para qué sirve la utopía? El que tenía que responder dijo: La utopía está en el horizonte. Sé muy bien que nunca la alcanzaré. Si camino diez pasos, ella se alejará diez pasos. Cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. Entonces —continuó su reflexión— ¿para qué sirve la utopía? Pues la utopía sirve para eso, para caminar.

Esta es la respuesta que Fernando Birri, cineasta argentino, le da a uno de los asistentes a la conferencia que dieron, en Cartagena de Indias, aquél cineasta y Eduardo Galeano, escritor uruguayo. Y la afirmación que hace creo que nos puede servir para pensar el evangelio de este domingo, más que como una advertencia, como una invitación.

Tenemos la imagen del buen pastor y las ovejas que, en palabras de Jesús, nos invita a reflexionar acerca del seguimiento atento a quien cuida de verdad el rebaño, sin confundir la voz de aquél con otras que se le pueden parecer, pero que no ofrecen ni buscan lo mejor para el redil. Bien sabemos que el pastor es Jesús y las ovejas somos los que los seguimos.

Un primer elemento que podemos considerar es la personalización que se señala en el evangelio. No nos habla de un montón de ovejas con un pastor, sino de que el guardián llama a cada oveja por su nombre. Las tiene identificadas. Y si pensamos cómo es nuestra relación con Dios, no nos equivocamos al decir que ese es el mismo proceder que tiene nuestro padre del cielo con nosotros. Nos conoce personalmente, por nuestro nombre, y sabe quiénes y cómo somos. Eso incluso a pesar de que en muchas ocasiones tenemos la sensación de que Dios se olvida de nosotros. Esto, tal vez, por por los problemas y contradicciones que tenemos, llegando a afirmar: «A mí Dios no me escucha», o, «a vos seguro que te escucha, pide a Dios por mi».

Esto supone un desafío para nosotros. Si Dios nos trata de tú a tú, deberíamos intentar lo mismo. Entonces surgen algunas preguntas que nos podemos hacer: ¿Cuánto sabemos de Dios? ¿Sólo lo que nos han contado en la catequesis? ¿Qué hacemos por conocerlo más? ¿Qué tan profunda es nuestra relación con el Señor? ¿Sólo acudimos a él, de un modo personal y directo, cuando necesitamos algo? Lo bueno en todo esto es que, a nuestro favor, Dios está siempre atento y disponible, para escucharnos, para sostenernos, para ayudarnos, aunque no le hayamos hablado directamente en un tiempo largo.

Después, podemos considerar, la diferencia que hay entre el pastor del evangelio y cualquier otro pastor. Estos últimos, como los del tiempo de Jesús y los de ahora, por supuesto que cuidan a las ovejas, pero al mismo tiempo tienen un interés y un objetivo: Éstas le brindarán, en algún momento, un beneficio, como la lana, la carne y la leche. Necesitan salvarlas del lobo para poder tener el sustento. En cambio, el pastor del que nos habla la Palabra de Dios, las cuida con otro objetivo: Para que encuentren plenitud. ¿Acaso nos dice el mismo Cristo, «Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas… El que entra por mí se salvará… he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»?

Antes les conté acerca de la utopía, y de cómo la describía Fernando Birri, contado por Eduardo Galeano. Y me parece que es una imagen muy buena. Pensar la utopía como aquél horizonte que queremos alcanzar y que, siempre que nos acercamos a él, éste se aleja, pero nos sigue llamando, y nosotros seguimos avanzando. Nos hace caminar. Y con lo que hoy nos cuenta el evangelio, se me ocurría que la guía y la voz del pastor nos llevan, nos llaman, a seguir caminando, para poder llegar a ese lugar de plenitud, de felicidad. Jesús quiere llevarnos donde hay pastos mejores, donde nada nos puede hacer daño, donde habita Dios. Su voz va por delante y nosotros vamos detrás de ella. Es ese horizonte, esa utopía, hacia donde nos dirigimos.

¿Qué voces estamos escuchando? ¿A quién o a qué pastor estamos siguiendo? ¿Seguimos al que de verdad quiere lo mejor para nosotros o vamos detrás de quién al final busca un beneficio propio?

¿Dónde escucho la voz de Dios? Para esto hace falta que busquemos en nuestro interior. Ahí es donde habla Dios.

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